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Fundamentalismo sanitario.

Por David M. G.



Orígenes y proyección aproximativa del "Cuarto Poder", es decir, de las fuerzas psiquiátricas que actúan en la sombra y se pasan por el forro los otros tres poderes: ejecutivo, judicial y legislativo.


La integración social de los enfermos mentales es un debate que viene de lejos, parejo a la reinserción de los presos y en general al reconocimiento de la culpabilidad de la sociedad en la generación de desigualdades económicas y complejidades relacionales generadoras de injusticia social e inestabilidad emocional.

En los años ochenta, los mismos profesionales de las diferentes ramas psicoterapéuticas, sobre todo los psicoanalistas, alzan la voz en defensa del enfermo mental y basándose, por un lado, en los estudios de los maestros de la antisiquiatría y por otro en el alentador desarrollo de potentes fármacos capaces de mantener el equilibrio químico en los cerebros de sus pacientes, convencen al Estado -fácilmente, pues supuso un ahorro considerable en los presupuestos generales- y se cierran los manicomios de este país.

Una oleada de enfermos, bien medicados y bajo el control periódico de los Centros de Salud Mental, que proliferan como setas precursoras de un nuevo otoño en barrios y avenidas, van a parar de nuevo a sus casas, a las calles, a relacionarse con sus parientes, amigos y vecinos.

Transcurren los años. La experiencia, tan progresista y humanitaria en sus principios, comienza a mostrar su más cruda realidad: no son aplicables las matemáticas para el control y seguimiento del cerebro humano.

La mayoría de los enfermos mentales reintegrados, no están capacitados para desarrollar trabajos de rendimiento medio en el entorno social, porque la medicación que les proporciona su psiquiatra los mantiene en estado semivegetativo, limitados en sus capacidades cerebrales. Tampoco, por la misma razón, son capaces de crear relaciones estables que normalicen su existencia: amigos íntimos, enamorarse, crear una familia, etc.

Algunos dejan la medicación para sentirse vivos y otros optan por la adicción a todo tipo de drogas, menos las recetadas, las cuales terminan vendiendo o intercambiando con la gente “normal”.

Los índices de delincuencia comienzan a desorbitarse, junto con los juicios por agresión. La criminalidad suscitada, en la que claramente intervienen personas provenientes de las antiguas instituciones psiquiátricas, mezclados de repente con drogadictos, prostitutas y demás productos de la marginalidad, todos en el mismo cóctel, genera la suficiente alarma social como para que los profesionales psicoterapeutas sean llamados al orden por las autoridades sanitarias y conminados a activar un plan de emergencias para enfermos mentales incontrolables, o simplemente descontrolados.

No vamos a reabrir los manicomios, porque sería como volver a la edad media tras reconocer el fracaso de nuestras profesiones, pero está claro que son necesarias medidas drásticas urgentes -deciden ellos- y aplicables a ese cóctel en su totalidad, no vamos a pararnos en si las peras están verdes o están podridas, las que no se puedan comer, al saco con ellas. Si el problema reside en que psicóticos, psicópatas, sociópatas, paranoicos, esquizofrénicos y demás joyas mentales han dejado de tomar su medicación, pues hay que obligarles a que lo hagan.

Para ello, crean un programa de medicación forzosa a nivel nacional. Todo un entramado psiquiátrico que utiliza a la Red Nacional de Asistencia Social, bien desarrollada y extendida en esos tiempos, aunque algo escasa de presupuestos, para introducir sus métodos ilegales. Potencian la financiación de la misma, aumentan considerablemente el número de trabajadores e incluso crean la figura del educador social –una especie de terapeuta con FP2- y lanzan una campaña social para la formación de comunidades terapéuticas y oenegés que subvencionadas por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales trabajarán dentro del Plan Nacional contra las Drogas, una buena tapadera para completar el apoyo logístico con la incorporación del voluntariado.

Fármacos para atacar les sobran, cada vez más potentes, pero necesitan intervenir al enfermo mental desmarcado sin que éste se entere. De modo que utilizan su arsenal de dopaje para dejarle inconsciente mientras le inyectan en la dermis su mierdecilla o le extraen sangre para controlar sus niveles químicos. Para ello tienen dos vías alternativas, dependiendo del momento y la situación del supuesto paciente. O bien le meten en la bebida un amnésico anterógrado, como la benzodiacepina o el bromhidrato de escopolamina -la Tomasa, tan popular por su utilización en violaciones (ver enlace)-, para que no recuerde lo sucedido en ese momento aun estando consciente, o bien le impregnan con óxido nitroso o isoflurano líquido el cigarrillo o el porro al que le han invitado previamente, lo cual le provocará una anestesia general de rápida inducción y recuperación, sin efectos secundarios reconocidos, aunque sí evaluados. Al fin y al cabo se trata de la inhalación de un veneno, si tenéis dudas buscar en internet.

Esto se lo pueden hacer en casa de un familiar, de un amigo, o en cualquier bar donde pare habitualmente. Es decir, el país entero se ha transformado en un puto manicomio donde acechan celadores, psiquiatras y voluntarios dispuestos a poner orden aunque sea fuera de la ley, fuera del orden “democrático” establecido.

Y la cuestión fundamental, el concepto, como podríamos decir si nos ponemos a filosofar sobre ello, no está precisamente en la discrepancia sobre un método que desde ciertos puntos de vista –bastante reaccionarios e incluso fascistas algunos- pudieran justificarlo en aras de una salud pública y una armonía social, sino que estriba en el hecho que comentamos antes, en meter en el mismo saco a toda pera que no sea comestible, que no armonice con el resto, y en poder acusar de enfermo mental con total impunidad a cualquier miembro de la comunidad que altere las reglas sin poder ser controlado con el Código Penal en la mano.

De esta manera, una vida disoluta y desordenada o una conducta que algunos miembros de la jerarquía terapéutica más próxima a su círculo existencial pudieran decidir de dudosa conveniencia para la paz social, la estabilidad emocional de la tribu o la salud general de los ciudadanos, conllevaría a la consideración de esa persona como enfermo mental y a la consiguiente puesta en marcha del programa de medicación forzosa contra él. A todas vistas una intromisión en la vida privada capaz de sonrojar al fascista más radical.

Una vez dentro del saco y debido a los neurolépticos, depresores de cualquier audacia e inhibidores de la más mínima alegría y demás florituras que le inoculan para impedirle una relación social y laboral dentro de unos parámetros habituales, no es fácil convencer a su familia, a sus amigos, a sus jefes… de que está enfermo y necesita ayuda psiquiátrica inmediata, porque realmente lo está, ya que ellos le han enfermado. No es difícil convencerles, por ejemplo, de que padece un brote esquizofrénico latente debido a las drogas que supuestamente se mete, y cuando bebe ya no es él y se ha convertido en un peligro para ellos y para el resto de la sociedad. Y que tiene que dejar de beber, porque lo dicen ellos, por cojones, aunque esto sólo forme parte de una estrategia de control y derribo debido a cualquier otra conducta, como la manera en que manda a su parienta o a la familia patriarcal a tomar por el culo, la forma en que persigue a las jovencitas, cómo se menea con la máquina tragaperras y en definitiva para neutralizar a los elementos disconformes con cualquier modelo de realidad que ellos se hayan inventado como el más idóneo para la generalidad de los seres y de los estares.

Sus familiares –padres, hermanos, hijos- convencidos, complacientes y preocupados por los problemas asistenciales o funerarios que pueda ocasionarles, dirán: ¿dónde hay que firmar? Y sobre todo si es, si siempre ha sido el más inteligente o el más afortunado. Con qué satisfacción le aceptan como un “tarado” más en la familia, eso sí, bien medicado y a buen recaudo de sus "benefactores".


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Enlace con artículo publicado en prensa sobre la utilización de la Tomasa como amnésico anterógrado en casos de violaciones:
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http://www.drogomedia.com/hemeroteka/archivos/200712205.pdf