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Pequeñas y medianas empresas.


Por Samuel Zapico.

 


-Pásame cinco mil euros de la cuenta de la empresa a la mía.
-(No oigo lo que le dice la chica que está en la ventanilla de la Caja de Ahorros)
-¿Cuánto queda en la cuenta?
-(Sigo sin oír lo que le dice la chica)
-¿dos mil quinientos euros? Bueno, está bien.

Esa conversación refleja mejor que nada la mentalidad de tantos, por no decir todos, los pequeños empresarios. Primero, yo y mis gastos. Yo y mis propiedades a medio pagar. Yo y mis cochazos. Yo y el tren de vida mío y de mi mujer y de mis hijos. Da igual que la empresa sea de seis empleados que de sesenta. Si después queda algo, para la empresa, que pagando los sueldos el día diez (en vez del uno o el treinta y uno) y los recibos, listo

Sin embargo, ante la opinión pública, tienen eso que se llama “buena imagen”. Como si hubiera un reparto de papeles y los grandes empresarios fueran los malos, y los de las pymes, los buenos. Yo conozco a muchos, en las cuencas y fuera de ellas, y son de pena.

En su inmensa mayoría son gente que, en condiciones normales de pleno empleo, jamás hubieran puesto una empresa. Se hicieron empresarios porque no se pudieron hacer otra cosa, y luego vieron que con cuatro tíos trabajando para ellos podían vivir como dios.

Son gente primaria, de estudios primarios, y su idea de la contabilidad es la de la conversación que queda aquí registrada. Son de “perres pal caxón” y “tira que libres”. Las cuestiones administrativas las solucionan con una chica que les atiende el teléfono y la correspondencia, y un asesor que les falsea las nóminas y las liquidaciones con Hacienda.

He escrito “falsea” y efectivamente, así es. Cotizan a la seguridad social por lo mínimo, obligan a hacer horas extras a los currantes y las pagan al precio que les da la gana y con dinero negro. ¿Cómo les va a interesar la contabilidad? ¿Qué saben ellos de reservas, de amortizaciones y demás zarandajas?

Su tren de vida les ha acostumbrado a vivir en el borde de los números rojos, así que el primer mes que sopló el viento un poco fuerte casi les desmantela el chiringuito. El temporal, según los hombres del tiempo económico, va para largo y a peor. Una auditoría les había que hacer a cada uno. Hacienda y la Seguridad Social lo iban a agradecer. Los trabajadores, también.