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Preindultados los sindicalistas,
han puesto a los astilleros en capilla (II).

Por Carmelo de Samalea

 


Como ya he escrito, el procesamiento, condena y encarcelamiento de los dos dirigentes y trabajadores (o ex) de Naval Gijón, Juan Manuel Martínez Morala y Cándido González Carnero, ha sido un test en el que el conglomerado político-hormigonero ha podido comprobar la debilidad, desorientación e incapacidad de los restos de la oposición sindical a sus planes.

El presidente Rodríguez Zapatero estoy seguro que se defiende en francés y en inglés, y el presidente Bush chapurrea el español, sobre todo, desde que se hizo amigo de Ánsar. El idioma no suele ser una barrera cuando hay intención de entenderse. Yo no sé de qué hablarán Rodríguez Zapatero y Bush cuando se reúnen, pero, porque me conviene, voy a suponer que se les ocurre hablar, para pasar el rato, de barcos, de astilleros y de construcción naval.
-The shipbuilding industry is vital to the United States’s national security strategy.- Le diría George W. Bush a su no amigo Rodríguez Zapatero.

O sea, que la construcción naval es vital. En Estados Unidos y en España y en Suecia. Y la construcción naval es vital en Gijón, ciudad que a finales del siglo XIX ya contaba con un dique seco y que en el XX llegó a tener a seis astilleros en pleno funcionamiento y que cuenta con una potente industria siderúrgica y auxiliar.

En un período de gran auge de la construcción naval a nivel mundial, propiciado por el incremento del transporte marítimo y por coincidir con un período de renovación de las flotas, los dos astilleros que quedan en Gijón estuvieron mucho tiempo, sin ningún barco contratado. No debe de ayudar mucho a la contratación de nuevas construcciones los continuos cambios de nombre y de propiedad de los citados astilleros:
SM Duro Felguera-Dique Gijón, Naval Gijón, Dike Global SL, Astilleros Asturianos SL… Y tampoco los cien millones de euros de deuda, al parecer, y los terrenos en propiedad de PYMAR…

Uno de los principales objetivos de la actividad sindical en la empresa debería de ser la de fiscalizar la marcha financiera de la misma, con especial interés cuando hay sospechas fundadas de lo que eufemísticamente vamos a llamar irregularidades. Y las sospechas en Naval Gijón son muy grandes.

A mí, particularmente, me gustaría saber los costes y cuántas pérdidas ocasionó el buque 610, aquel cuyo casco se encargó a un astillero de Ucrania mientras se enviaba a cobrar del Inem a los trabajadores de Naval Gijón y, por si fuera poco, el gobierno daba al astillero las correspondientes ayudas como si fuera de construcción nacional. Tras ¡once meses de retraso!, hubo que traerlo, como es natural, remolcado por todo el Mediterráneo y bordeando toda la península. Gastos de remolcaje, de seguros, de atraque en El Musel, de las obras de corrección, chorreo y pintado, etc., etc. me son desconocidos y me interesaría mucho saberlo. Cuando a finales de Mayo de 2006 se produjo la botadura de este quimiquero de 35.000 toneladas de peso muerto, el Gijón Knutsen, de la empresa noruega Knutsen OAS Shipping, el armador reconoció haber vivido momentos de pesadilla debido, sobre todo, a lo ocurrido en Ucrania.

Sería muy interesante y muy esclarecedor, además de ejemplarizador, conocer las cuentas de la construcción de ese barco en detalle, en minucioso detalle y los nombres de todos los responsables. No es difícil de imaginar que otra vez se cumpliría aquello de que “oveja de todos, se la comen los lobos”. Y aquí, ovejas, pocas; pero lobos ambiciosos e insaciables de corbata y maletín, muchos. Y también sería no menos interesante saber dónde realizan las labores de mantenimiento todos los buques mercantes que frecuentan los puertos españoles y los de las navieras radicadas en nuestro país, si es que queda alguna.

La mala intención del conglomerado político-hormigonero que rige los destinos de Asturias no puede atenuar las culpas y responsabilidades de la mala gestión de los astilleros.

Repito que en medio de tanto desbarajuste, muchos se hicieron ricos. La vergüenza pasa y la manteca queda en casa. Y el último prejubilado, que apague la luz al salir.