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El
Western. Capítulo X Militares e Indios
Los
indios nunca se apoderaron de un fuerte. Entre 1865 y 1890, años en que se desarrollaron las guerras indias, el ejército USA tuvo un total de 932 muertos, menos de 37 por año. Ante estos significativos datos, la mayor parte de los mitos de las guerras indias se esfuman. Las grandes batallas se quedan en escaramuzas cuyo coste total fue inferior a cualquiera de los encuentros de nuestras guerras carlistas, que, además, fueron por triplicado. Sin embargo la mitificación y la multiplicación de versiones han hecho que las guerras indias parezcan acontecimientos de grandes magnitudes y lo único grande que hubo en ellas fue el escenario. Las guerras indias, como asunto serio, comenzaron después de finalizada la Guerra de Secesión. Empezaron con el despliegue del ejército nordista en la frontera mexicana para convencer al emperador Maximiliano de la vigencia de la doctrina Monroe y afirmar las fronteras nacionales. Arreglado eso, el Departamento de Guerra pudo empezar a desmovilizar su gigantesco ejército de voluntarios y, como ya era tradicional, mantuvo el núcleo de soldados profesionales y a ellos encomendó la solución del problema indio. Un problema que se ceñía a la básica cuestión de arrebatar a los indios las tierras de las que se consideraban propietarios y que limitaban el aposentamiento de las nuevas oleadas de emigrantes.
A pesar de los miles de películas y libros sobre el tema, las guerras indias solamente fueron un pequeño problema para el gobierno de Washington, que siempre tuvo muy claro que el exterminio de las tribus indias era la mejor solución del conflicto. Ya antes de finalizada la Guerra Civil, se había ahorcado a treinta y ocho Sioux Dakota en Minnesota, en 1862, y dos años después, el coronel de voluntarios, y pastor protestante, Chivigton atacó, sin motivo, el poblado Cheyenne de Sand Creek, asesinando a un centenar de indios. A su regreso a Denver, el coronel Chivington y sus voluntarios fueron recibidos como héroes.
La ofensiva para ocupar las tierras de los sioux comenzó en Wyoming en el año I866, con la apertura del camino denominado "Bozeman trail", y una columna militar al mando del coronel Carrington se adentró en territorio indio a partir del mes de mayo. Culminaron el avance construyendo Fort Kearny, y desde el primer día del emplazamiento, los sioux de Nube Roja comenzaron las hostilidades. El invierno aisló Fort Kearny de los lejanos centros de aprovisionamiento, y aprovechando los rigores climáticos, los indios emprendieron una serie de incursiones que causaron más ruido que daños. En diciembre, el capitán Fetterman, que había sido coronel en la pasada guerra, salió del fuerte para incursionar en territorio sioux al frente de una pequeña columna de ochenta hombres, convencido de que los indios huirían ante su empuje. Caballo Loco, el jefe militar de los sioux a pesar de su juventud, les hizo caer en una emboscada de la que no hubo supervivientes. Fort Kearny quedó cercado pero el cerco no debía ser muy estrecho ya que el guía Juan Felipes, pasado al mito del western como "Portugee John Philips”, recorrió más de 380 kilómetros hasta llegar a Fort Laramie en busca de refuerzos. Como algunas veces el efecto dramático coincide con la realidad, el guía portugués, que cabalgó entre ventiscas de muchos grados bajo cero, llegó a Fort Laramie en el momento en que se celebraba el tradicional baile de los oficiales que quedó disuelto al momento mientras sonaba el toque de botasillas. De inmediato salió la columna de socorro, pero no llegó a entrar en combate con los sioux ya que, siguiendo sus costumbres, habían abandonado sus anteriores campamentos.
Fort Kearny tuvo que ser evacuado a consecuencia del escándalo nacional que produjo la matanza de Fetterman, un imbécil con pretensiones napoleónicas, que costó un montón de ceses y dimisiones, empezando por la del coronel Carrington que fue elegido como chivo expiatorio. Nada más terminar la evacuación de los soldados de Fort Kearny, los indios de Nube Roja entraron en el abandonado fuerte y le prendieron fuego. Fort Kearny fue el único puesto militar que los indios ocuparon en todas las guerras indias y lo hicieron cuando ya había sido abandonado, con esto se rompe el mito del fuerte asaltado y conquistado por las guerreros indios, y la guarnición aniquilada sin que quedasen supervivientes.
En abril de 1868, la primera campaña de castigo contra los sioux resultó una victoria estratégica india ya que además de Fort Kearny también fueron desalojados y evacuados Fort Reno y Fort Smith. Como era de esperar la reacción pública por la matanza de Fetterman, azuzada por la prensa, originó una nueva expedición militar que se pretendió seria y definitiva. En estas operaciones comenzó a brillar la estrella de dos jóvenes militares que alcanzarían la fama como "cazadores de indios": Sandy Forsyth y George Armstrong Custer. El primero que se convirtió en figura nacional gracias a la prensa fue Forsyth que había ingresado en las fuerzas de la Unión como soldado voluntario y acabó la Guerra Civil como general de brigada. Con el consiguiente reajuste castrense, tuvo que aceptar el grado de comandante, pero tenía a su favor la influencia del general Sheridan, jefe de las tropas del suroeste, del que había sido edecán de estado mayor. Forsyth convenció al Departamento de Guerra y, sobre todo, a su superior Sheridan para que le dejase organizar patrullas de exploración y persecución formadas por tropas selectas y, principalmente, con experiencia de combate. Formo su primer grupo con medio centenar de soldados, entre los que abundaban los ex-mandos confederados y solamente dos oficiales profesionales del ejército de la Unión, él y su ayudante el teniente Beecher. La unidad se armó con las mejores carabinas de repetición que había en el mercado, lo que le daba una potencia de fuego hasta entonces desconocida.
Persiguiendo indios, más o menos hostiles, la columna de Forsyth se adentró en el territorio de Colorado en septiembre de I868. Alertados por las numerosas huellas de los caballos salvajes, decidieron acampar para evitar el error de Fetterman, se atrincheraron en un islote de unos siete metros de anchura por veinte de longiud, en medio de las aguas del rio Arikaree, un afluente del Republican. El mayor Forsyth y sus hombres se encontraron conque los indios que buscaban eran demasiados y dieron enfervorecidas gracias por haber tenido la idea de atrincherarse. Sioux y cheyennes cargaron contra el islote, pero las carabinas Spencer, de siete tiros, diezmaron la carga india con su fuego continuado. Los indios, mandados por el jefe Nariz Romana, insistieron en los ataques y cuando terminó la primera jornada, la fuerza militar había tenido siete muertos y contaba con diecisiete heridos, casi el cincuenta por ciento de los efectivos. Con el teniente Beecher muerto, Forsyth tuvo que seguir al mando a pesar de sus tres heridas graves, ya que no quiso que le relevara ningún ex-oficial confederado. Dado lo poco halagüeño de la situación, envió a dos exploradores para que consiguiesen traer refuerzos de Fort Wallace, un puesto militar situado a doscientos kilómetros del lugar del combate. Por suerte para los sitiados, en una de las cargas indias había muerto Nariz Romana y los sioux, siguiendo sus costumbres tradicionales, se dedicaban más a discutir sobre el nombramiento del nuevo jefe que de acabar con los blancos. Los ataques esporádicos al islote fueron obra de jefecillos ansiosos de aumentar su prestigio, pero entre los sitiadores siguieron aumentando las bajas y Forsyth envió a otros dos exploradores a ver si aparecían con los dichosos refuerzos. Al sexto día de sitio, cuando ya se habían comido hasta los caballos, los hombres de Forsyth advirtieron que los indios abandonaban el cerco del islote y, al día siguiente, apareció la columna de socorro compuesta por soldados negros del 102 de Caballería. Cuando llegaron a dar el parte, encontraron al herido Forsyth recostado, leyendo con tranquilidad la novela "Oliver Twist", lo que constituyó una pose impresionante para la prensa ávida de héroes que le convirtió en figura nacional. Las heridas de Forsyth le mantuvieron inmovilizado durante dos años de convalecencia y eso dió oportunidad a su rival Custer. El encuentro de la columna de Forsyth con los indios pasó a la crónica del western como la batalla de la isla de Beecher, ya que así se bautizó el islote en recuerdo del teniente muerto, que pertenecía a una de las familias más importantes del Este. Militarmente, la empresa de Forsyth nada resolvió y los militares tuvieron más bajas que los guerreros indios, pero, al menos, sirvió para calmar a la opinión pública, que se olvidó de la matanza de Fetterman y estaba encantada con los nuevos héroes que promocionaba la prensa.
El siguiente encuentro serio con los indios convirtió al 7º regimiento de Caballería en un mito y a su jefe, Custer, en una figura nacional, cosa que ya había sido durante la Guerra de Secesión. El 7º era una unidad de nueva creación, cuyo mando efectivo estuvo siempre en comisión de servicio en Washington, lo que permitió a su segundo jefe, el teniente coronel George Custer, convertirse en el mando único gracias a sus relaciones políticas en la capital. George A. Custer había sido nombrado general de división de la caballería unionista cuando apenas contaba con veinticinco años de edad, y eso le convirtió en el preferido de la prensa que estaba entusiasmada con el sentido teatral del joven general que siempre era noticia. El mando superior, a temprana edad, convenció a Custer de que estaba destinado a altos cargos y como lo que no le faltaba era capacidad profesional, convirtió al 7º de Caballería en el instrumento para alcanzar el sueño de poder, y no solo militar, que le dominaba. Hasta entonces, las operaciones militares contra los indios comenzaban con el buen tiempo primaveral y Custer decidió arriesgarse a una campaña de invierno, en la que estaba seguro de sorprender a los indios. El resultado de esa primera campaña invernal fue el asesinato masivo de cheyennes en un campamento situado en la ribera del río Washita, que nada tenían que ver con los guerreros de Nube Roja que habían aniquilado a la columna de Fetterman en noviembre de 1868. Los cheyennes del sur, mandados por Caldera Negra, acampaban en el río Washita con autorización del Departamento Militar del Oeste e incluso Caldera Negra hacia ondear sobre su tienda una bandera USA para que no le tomasen el número equivocado. Custer, convencido de que aquellos indios si no habían luchado antes era por falta de oportunidad y no por ganas, dió la orden de cargar y su regimiento avanzó a galope tendido, entre la nieve, mientras la banda de música hacia sonar la canción irlandesa "Garryowen” que se convirtió en el himno del regimiento. La carga se llevó por delante campamento, caballos, guerreros, mujeres y niños.
La carga al amanecer causó más de trescientos muertos a los indios y Custer perdió una veintena de soldados. Entre los muertos estaba el mayor Elliott, amigo personal del capitán Benteen, lo que originó duros enfrentamientos entre este capitán y Custer ya que Beenten acusó a su jefe de haber sacrificado al grupo de Elliot como cebo para que la resistencia cheyenne se estrellase contra su posicián. A la larga, el odio entre Custer y Benteen no se resolvió hasta el ajuste final de Little Big Horn ocho años más tarde. Custer hizo aparecer la matanza del Washita como una formidable batalla y la prensa le devolvió su estatus de héroe nacional. Para los indios, el jefe del 7º de Caballería pasó a ser conocido como el "asesino de mujeres", squaws killer, lo que estaba muy lejos de su deseo de ser reconocido como un caballero de otra época, más agusto entre los nobles de Carlos Estuardo que junto a las modernas ametralladoras Gatling, que ya disparaban cuatrocientas balas por minuto. Pero por mucha gloria que los periodistas le echasen al ejército, la situación militar era descorazonadora. Corrupción, nepotismo, ineficacia y desorganización eran los elementos que configuraban el panorama general… Hasta se llegó, en 1878, a que el Congreso "olvidase" votar los créditos correspondientes y el ejército se pasó el año entero sin cobrar la paga. De los suministros gubernamentales, tanto a indios como a militares, salieron inmensas fortunas para los especuladores de Washington y sus colaboradores en el territorio indio. Tan malas eran las provisiones que llegaban a los fuertes que un sargento de Caballeria de Fort Apache, subiéndose encima de unos fardos de rancias galletas, con el más napoleónico de los estilos, exclamó: "Soldados, desde lo alto de esta pilas, cuarenta siglos os contemplan". Como los datos numéricos son inapelables, baste recordar que entre 1868 y 1875 el gobierno destinó seis millones de dólares para alimentar a los indios, de ello, ni siquiera el diez por ciento llegó a sus legítimos destinatarios. El problema de los sioux y cheyennes entró en una fase de tranquilidad, mientras, en el sur, el ejército comenzaba las hostilidades con los apaches, que pusieron en vilo a los pobladores blancos de Texas y Arizona hasta los años finales del siglo XIX, pero Washington no por eso olvidó su propósito de expulsar definitivamente a los indios de los territorios del norte, principalmente de Montana. Para 1874, el general Sheridan, que ya era comandante en jefe del ejército USA, ordenó a su favorito Custer que organizase una expedición "geográfica" al territorio de las Black Hills de Montana que, mira por donde, era el territorio sagrado de las tribus indias del norte. La región se reveló como una tierra feraz en la que, encima, se descubrió oro, por lo que al año siguiente, la ola de emigrantes fue imparable y profundizaron hasta las zonas más recónditas del territorio en busca de los filones auríferos. Para prevenir lo que se les venía encima, el gobierno USA intentó comprar el territorio de las Black Hills por medio de una comisión de expertos que trataron con los indios en septiembre de 1875. Nube Roja, Little Big Man y Caballo Loco alentaron la oposición al plan y los jefes, por unanimidad, se negaron a vender. Fracasada la oferta, el gobierno de Washington empezó a afilar la espada. El ejército preparó una nueva campaña de invierno y Custer creyó que podía aumentar su gloria hasta extremos presidenciales, pues 1876 era el año del primer centenario de los USA y la gran oportunidad para conseguir una victoria definitiva que lograse llevarle a la Casa Blanca. El pasar de la silla de montar a la presidencial se estaba convirtiendo en una tradición americana y el mismo presidente Grant, que "reinaba" en esos momentos en Washington, era presidente por méritos exclusivamente castrenses. El ansia de lograr la definitiva victoria sobre los indios llevó a la catástrofe, pero también a la gloria, que era lo que constituía su anhelo absoluto. La preparada campaña de invierno, dada la eficacia demostrada en ocasiones anteriores, se fue retrasando hasta la primavera siguiente y las tropas no se pusieron realmente en marcha hasta bien entrado el mes de mayo. El ejército abandonó los fuertes Lincoln, Ellis y Fetterman en tres columnas al mando de los generales Terry, Gibbon y Crook. Las columnas pensaban concentrarse en el interior del territorio indio y aniquilar al grueso de las tribus que se sabía estaban en las Black Hills, a donde habían acudido a requerimiento de Toro Sentado, jefe espiritual de los sioux y hombre respetado y escuchado por el resto de las demás tribus: cheyennes, arapahoes y pies negros. El 17 de junio, la columna del general Crook, compuesta por quince escuadrones de caballería, cinco compañias de infantería y quinientos carros, se aproximaba al río Rosebud, en terrenos del actual Wyoming. Allí encuentra a los indios que andaba buscando, solo que Caballo Loco encabeza un grupo de mil guerreros y el encuentro no es la habitual caza del indio. El combate tampoco es una gran batalla ya que tras cuatro horas de cargas, tiroteos, avances y retrocesos apresurados, las bajas de ambos bandos suman veintidós muertos y una cuarentena de heridos. Lo decisivo resulta la decisión del general Crook que, ante la defensa india, decide emprender la retirada y abandona el campo para regresar a su fuerte de procedencia. Por falta de un buen servicio de exploradores, no comunica a las otras dos columnas su retirada y el abandono del plan inicial. La columna del general Terry, de la que forma parte el 7º de Caballería, avanza por el Yellowstone. Custer, al frente de su regimiento, se adelanta para localizar a los indios y cortar su retirada. Es su gran oportunidad y necesita moverse a toda velocidad. Para lograrla, rechaza el refuerzo de otra unidad militar más lenta y la incorporación a sus tropas de ametralladoras Gatling. En su afán de viajar lo más rápido posible, el regimiento deja atrás la banda de música y hasta los sables de caballería. El 25 de junio, Custer, desobedeciendo
las órdenes recibidas, no espera al grueso de la columna del
general Terry ni a las fuerzas del general Gibbon, con los que debía
enlazar. Avista un gran campamento indio en el río Little Big
Horn y decide atacarlo por su cuenta. En el momento de comenzar la acción,
comete el error de separar sus fuerzas en tres grupos para preparar
una operación clásica de tenaza que aplastase a los indios,
algo semejante a la que le había salido bien en el río
Washita. Con él se lleva cinco escuadrones y asignó tres
a la columna del mayor Reno y otros tres a Bendeen.
En este momento, el tema queda ya listo para discusión permanente, pues si Custer desobedeció las órdenes del general Terry, el capitán Benteen, a su vez, desobedeció las órdenes de su inmediato superior, el teniente coronel Custer, y permaneció atrincherado con el resto de los hombres del mayor Reno, siendo el verdadero jefe de la resistencia de los soldados cercados en los farallones sobre el río. Aún hoy, siguen las polémicas sobre su proceder y hay quien afirma que la decisión de Benteen salvó a los hombres que estaban a su mando, y quien sostiene que la falta de socorro a Custer es lo que decidió la batalla. Lo que no puede olvidarse es que Custer y Benteen se odiaban, y el capacitado capitán, que había sido general de brigada, tenía bien presente que no era la primera vez que Custer sacrificaba soldados y oficiales cara conseguir aumentar su gloria. Los doscientos hombres que cabalgaron con Custer por el valle del Little Big Horn, incluido el corresponsal de guerra Mark Kellog, que no tenía permiso oficial para acompañar a la expedición, murieron sobre el terreno. No hubo rendición ni sobrevivientes, salvo el caballo Tomka del capitán Keogh que se convertiría en una reliquia viva para la caballería. Además de todos los que cabalgaban con Custer, murieron también cincuenta y tres de los soldados que estaban a las órdenes de Reno y Benteen. Caballo Loco había obtenido la única gran victoria de las guerras indias al frente de una coalición de tribus, cuyos guerreros no superaban los dos mil combatientes.
La derrota de Custer en Little Big Horn entraba en la Historia, mientras el mito casi exigía que se creyese que todo el 7º de Caballería había perecido con su jefe, pero lo cierto es que la unidad perdió menos del cincuenta por ciento de sus efectivos. Como no se podía someter a Custer a un consejo de guerra, que es lo que merecía, el ejército lo convirtió en un héroe póstumo y se apiñaron para defenderlo, aunque su actuación no tenía defensa posible. La prensa, que hasta entonces lo había admirado, entró en una fase de adoración y lo convirtió en el paradigma de los ideales "americanos". Una de las primeras consecuencias de Little Big Horn fue el agotamiento de los ejemplares del libro de Custer "Mi vida en las llanuras", que era un escrito totalmente mentiroso hecho por su esposa. Algunos de los jefes indios que participaron en la batalla de Little Bighorn y en la guerra Siux.
La reacción militar, esta vez con todo el apoyo gubernamental, que no permitió fisuras, no se hizo esperar, y antes de que terminase el año siguiente, los sioux, cheyennes y arapahoes habían sido cazados, apresados o exterminados. Toro Sentado logró escapar al Canadá con un fuerte grupo de guerreros, pero fue el único que tuvo la buena idea de emigrar. Caballo Loco fue asesinado después de que se entregara para negociar la rendición del resto de sus hombres. Nube Roja tuvo mejor suerte y fue confinado con su gente en una reserva lejos de las tierras que había defendido durante diez años. Como el canto del cisne de la resistencia india quedaron las retiradas de los cheyennes y los Narices Horadadas, que merecieron tener mejor final que la tragedia. Mientras que la retirada cheyenne fue poco más que una operación de policía, la larga marcha de los Narices Horadadas se convirtió en una gesta militar increíble. Guiados por el jefe Joseph, los Narices Horadadas recorrieron dos mil quinientos kilómetros en once meses, con todos los miembros de la tribu, incluidos los enfermos, y se enfrentaron a diez columnas del ejército USA. Ni los más famosos de los jefes "cazadores de indios" lograron cortar su retirada y derrotarlos. Cavar trincheras, detener cargas de caballería con fuego de los rifles de repetición imitando a las ametralladoras, quemar la pradera cuando el viento era favorable y abatir a los oficiales uno a uno para desconcertar y dejar sin mando a los soldados fueron las modernas tácticas que el jefe Joseph hizo que sus guerreros pusieran en práctica.
Al final, la traición o la desinformación acabaron con la gesta de los Narices Horadadas, ya que bajaron la guardia creyendo haber llegado a las tierras del Canadá y fueron sorprendidos en la mañana del 30 de septiembre de 1877. El reconstruido 7º de Caballería encabezó la carga al amanecer, que ya debía ser su costumbre, pero los indios lograron reaccionar a tiempo y el primer ataque del 7º se saldó con la muerte de 53 soldados de los ciento quince que lo realizaron. Definitivamente, el mitificado regimiento era gafe. Después de afianzar sus líneas, Joseph envió mensajeros para que enlazasen con los sioux de Toro Sentado que estaban en la zona canadiense, a pocas millas del lugar del encuentro, para que acudiesen en su ayuda. Lo mismo hizo su rival, el general Miles, que viendo a los indios tan cerca de la frontera canadiense exigió refuerzos y armamento pesado. Los sioux no se presentaron, pero la artillería USA, sí, y al momento comenzó el cañoneo del cercado campamento indio. Ante esto, no quedó otro camino que la rendición. El jefe Joseph mandó su mensaje final en el que afirmaba: "Estoy cansado de luchar. Nuestros jefes han muerto. Looking Glass está muerto, Tuhulhilsote está muerto. Los viejos están todos muertos. Son los jóvenes los que ahora dicen sí o no. El, que conducía a los bravos guerreros jóvenes (Alikut) está muerto. Hace frío y no tenemos mantas. Los niños mueren congelados. Mi pueblo ha huido a las montañas y no tenemos abrigo ni comida. Deseo disponer de tiempo para cuidar de mis hijos y ver cuántos consigo encontrar, tal vez los encuentre entre los muertos. Oídme, jefes, mi corazón está débil y triste. Desde el punto donde el sol se encuentra ahora, nunca volveré a luchar".
Joseph, al frente de 87 guerreros, la mitad de ellos heridos, 184 mujeres y 147 niños, se entregó al ejército USA. Todos fueron internados en una reserva con estricta vigilancia militar, pero como algunas veces se producen milagros, el general Miles luchará durante años contra su propio departamento y conseguirá que Joseph y su tribu regresen a sus tierras de origen. El general Miles, un caso raro entre los militares, reconoció que sus adversarios les habían superado siempre en capacidad, a pesar de la manifiesta inferioridad de los Narices Horadadas.
El resto de las guerras indias en el norte fueron simples escaramuzas que terminaron en un total desquite de los militares. Toro Sentado regresó del Canadá y pasó años internado en una reserva después de haber actuado como "estrella" en el circo de Buffalo Bill. El 15 de diciembre de 1890, fue asesinado por policías indios encargados de mantener el orden en la reserva, ya que el jefe religioso de los sioux estaba implicado en una sociedad secreta de resistencia llamada "La danza de los espíritus". El asesinato de Toro Sentado sembró el temor entre los indios y se concentraron en el campamento de Wounded Knee. Allí, fueron rodeados por tropas del ejército, entre las que destacaba el 7º de Caballería que, al mando del coronel Forsyth, empezaba a funcionar con eficacia. Con Forsyth, el regimiento pudo tomarse su ansiada venganza contra los sioux y para ello empleó las ametralladoras que Custer no quiso llevar al Little Big Horn. Ciento veinte guerreros sioux fueron rodeados por quinientos soldados y la batalla, que estaba decidida de antemano, se convirtió en una simple matanza en cuanto las ametralladoras empezaron a escupir sus cuatrocientas balas por minuto. Murieron doscientos indios, entre guerreros, mujeres y niños, pero aún así, el ejército tuvo treinta muertos y otros tantos heridos. Por ese ajuste de cuentas disfrazado de batalla, el ejército repartió dieciocho medallas de Honor del Congreso, y a la satisfacción por la venganza, el 7º sumó el reconocimiento público. Fue el final de las guerras indias del norte, aunque aún se produjo una pequeña revuelta de los chipewas en Minnesota, en el año 1898.
En el sur, las guerras indias estuvieron protagonizadas principalmente por los apaches, que utilizaron la guerra de guerrillas en vez del enfrentamiento a campo abierto de los indios del norte. Esa forma de combatir causó más pérdidas económicas que el resto de las guerras indias, pues los apaches, por encima de todo, eran ladrones que buscaban botín y llegaron a producir tensiones internacionales que implicaron líos diplomáticos. Los apaches eran cualquier cosa menos la encarnación del buen salvaje. Apache, en su propia lengua, significaba enemigo, y lo fueron de todos y hasta de sí mismos. A pesar de su evidente belicosidad, sin embargo, no tuvieron conflictos con los españoles, pero al sustituir México a la administración colonial española, las guerras fueron constantes y el problema apache lo fue más para los mexicanos que para los USA. En territorio de Estados Unidos, los apaches empezaron a crear tensiones bajo la jefatura de Mangas Coloradas. Los apaches "hablaban castilla" y Mangas terminó asesinado por un contingente del ejército USA después de haberse entregado con bandera de tregua. Hasta entonces, los apaches practicaban su deporte bélico favorito contra los comanches, pero con la aparición de los blancos en su territorio, los tomaron como pobre sustitutivo. Los apaches estaban formados por innumerables clanes y familias, pero principalmente se encuadraban en cuatro tribus: Mescaleros, Mimbreños, Chiricahuas y Jicarillas que, lógicamente, andaban enzarzados entre sí. No les importó convertirse en exploradores del ejército USA para perseguir y combatir a sus hermanos de raza y se enrolaron en las compañías de exploradores apaches que fueron las que al final terminaron con los conflictos. Después de la muerte de Mangas Coloradas, fue Cochise el jefe más respetado y conocido por los blancos que incluso llegaron a firmar un tratado de paz con su pueblo, y fue de los pocos que se respetaron a lo largo de la Historia del Oeste. Duró hasta la muerte de Cochise en la reserva de San Carlos. Tras su fallecimiento, los apaches volvieron a las correrías que era lo que de verdad les gustaba.
La jefatura entre los apaches dependía más del liderazgo personal que de la autoridad tribal. El nuevo jefe indiscutido resultó ser Vitorio, un jefe de los Mescaleros que asoló las tierras de Arizona y el norte de México desde 1877. Vitorio había sido uno de los guerreros de Mangas Coloradas y se reveló como jefe capacitado para las largas incursiones que practicaban los apaches en su busca de botín. Es el jefe apache más denostado por su crueldad, pero lo divertido es que parece que Vitorio era el niño mexicano Pedro Cedillo, raptado en su infancia y criado como uno más entre los guerreros apaches. Vitorio, después de saquear y asesinar en territorio USA, solía replegarse a sus campamentos ocultos en la Sierra Madre mexicana. En 1880, una fuerte columna de caballería estadounidense penetró en territorio mexicano para cazar a la partida de Vitorio. La columna USA fue obligada a regresar a su territorio por el coronel Joaquín Terrazas, gobernador militar de Chihuahua. Sin la ayuda "gringa" el coronel mexicano, al frente de un regimiento de caballería y una unidad de "Rurales", rodeó a la banda de Vitorio en las lomas de Tres Castillos y la aniquiló al completo el 15 de octubre de I880. Vitorio fue muerto personalmente por el "Rural" Mauricio Corredor, un indio tarahumara que consiguió el ascenso a sargento en la dura policía del campo mexicano.
La desaparición de una banda apache suponía la oportunidad de que otra, aún con menos fama, ocupara su puesto, y a la muerte de Vitorio fue Loco el que obtuvo la plaza de indio más buscado en el suroeste. La partida fue perseguida por la caballería USA, al mando del coronel Forsyth, que se adentró en territorio mexicano. Esta vez fueron las fuerzas de Sonora, al mando del coronel Lorenzo García, las que obligaron a Forsyth y sus hombres a regresar a su lado de la frontera. García atacó a la banda de Loco y causó más de cien muertos entre los guerreros apaches, mientras que las bajas mexicanas ascendieron a treinta y siete. La victoria del coronel Garcia, el 27 de abril de 1882, dió una larga temporada de descanso al problema apache, ya que los indios se quedaron escarmentados para una temporada.
El resto de las guerras apaches estuvo protagonizada por el nombre más famoso: Gerónimo, si bien la hazaña más espectacular corresponde a Ulzana, que ni siquiera era jefe. En 1885, Ulzana, al frente de diez guerreros, organiza una incursión que llena de pánico a los habitantes de Arizona y Nuevo México. La pequeña banda apache protagonizó una cabalgada de mil doscientos kilómetros, perseguida por cinco escuadrones de caballería que nunca lograron divisarla. Antes da regresar al refugio mexicano, el grupo de Ulzana había asesinado a una treintena de personas y apoderado de trescientas caballos y mulas al costo de una sola baja propia.
La hazaña de Ulzana causó general indignación en el suroeste y el ejército se embarcó en una nueva expedición militar para capturarlo. Siguiendo lo que parecía una tradición la caballería USA, volvió a adentrarse en territorio mexicano pero, como a la tercera va la vencida, esta vez el desfile acabó en drama. La columna, al mando del capitán Crawford, incursionó en territorio sonorense y en enero de 1886 tropezó con una unidad de "Rurales" al mando de Mauricio Corredor. El encuentro terminó a tiros y Corredor, siguiendo su costumbre, se cargó al jefe de la fuerza enemiga. La muerte del capitán Crawford significó una apresurada retirada en la que los apaches al servicio de los blancos corrieron como conejos ante los tarahumaras. El más absoluto de los fracasos señaló el final de la intentona de capturar a Ulzana y, encima, el gobierno USA tuvo que pagar rescate por alguno de sus soldados que quedaron en poder de los "Rurales".
Pero el tiempo de las grandes cabalgadas apaches había terminado. El general Crook dimitió y fue sustituido por el general Miles que estaba un poco mas informado de los adelantos técnicos castrenses e importó el heliógrafo, que había dado excelentes resultados al ejército inglés en la India. Localizados por las señales luminosas, los apaches perdieron su virtud de "esfumarse" y fueron perseguidos de cerca y exterminados. Esa nueva táctica obligó a Gerónimo a permanecer en su refugio de México. Para terminar con la fuga de los guerreros de las reservas, el general Miles concentró a todos los "bravos" en Fort Apache. Allí, los hizo encadenar y los deportó a Florida. Con ello puso fin al problema indio del Suroeste que tuvo su colofón con la rendición de Gerónimo. El teniente Gatewood y el guía apache Kaeta entraron en la Sierra Madre y convencieron al jefe indio para que regresara a los USA. Esto fue el final político de un problema que militarmente estaba resuelto. El teniente Gatewood no recibió recompensa alguna y cuando murió, en I892, seguía siendo un simple teniente. Peor suerte tuvo el guía Kaeta, al que también confinaron en Florida a pesar de los servicios prestados.
Gerónimo, que hasta el final de su vida tuvo el estatus de prisionero de guerra del ejército USA, contó su vida, cobrando, al escritor S.M. Barlett antes de su muerte en 1909. Más de una vez le metieron en la cárcel por emborracharse y después de ingresar en la Iglesia Reformada Holandesa, tuvo que ser expulsado por impenitente jugador. En el final de su existencia, montó un negocio de venta de sus fotos al precio de veinticinco centavos, de los que le quedaban diez de beneficio neto. Dos años antes de su muerte, ciento cincuenta apaches consiguieron que el gobierno USA autorizase su regreso a la reserva de los mescaleros en Nuevo México. Fue la última “victoria” apache. Arizona fue el estado que recogió la herencia india de rebelión. En 1912, blancos, mestizos e indios fundaron el Industrial Workers of the World, uno de los pocos sindicatos revolucionarios que han existido y que despertó el entusiasmo y la admiración del mismísimo Lenin. Pero para 1917, sus líderes radicales ya habían sido deportados y los sueños revolucionarios de los sindicalistas indios pasaron a la Historia. Hoy, Arizona es el más indio de los estados, con una población censada de cien mil personas de catorce tribus diferentes, establecidas en diecinueve reservas.
En 1924, el Congreso se sintió generoso y concedió a los indios la ciudadanía USA. Ni que decir tiene que los indios son ciudadanos de segunda sometidos a libertad vigilada.
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