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El
Western. Capítulo
VI
Esa guerra de Secesión política, que terminó en unificación nacional, ha sido siempre expuesta como un conflicto producido por causa de la esclavitud y que la guerra tuvo el único motivo de liberar a los esclavos negros que trabajaban en las plantaciones del Sur en unas condiciones de vida horrorosas. Lo cierto es que el acta de supresión de la esclavitud no se promulgó hasta el año 1863, cuando ya hacia dos años que había comenzado la guerra, y el mismo presidente Lincoln reconoció que no habría tocado el tema de la esclavitud en el Sur si hubiese podido mantener intacta la Unión.
Toda la campaña publicitaria y explicatoria sobre los problemas de la esclavitud, desde la lacrimógena "Cabaña del tío Tom" a las sociedades secretas que transportaban a los esclavos negros hasta la libertad en Canadá, son razonamientos ideológicos que ocultan, o silencian, la verdadera causa de la guerra y que no fue otra que la lucha por la dirección política nacional, que se disputaban los representantes de un Sur agrario y un Norte industrial y financiero. Con respecto al problema real del sistema de esclavitud, los primeros incidentes graves se habían producido en Virginia, en 1831, con la rebelión negra acaudillada por Nat Turner. Los esclavos amotinados mataron a cincuenta y siete blancos antes de ser derrotadas por el ejército regular. Nat Turner, al que procuraron apresar vivo, fue ahorcado como ejemplo de lo que esperaba a todos los que pusieran en duda la integridad del sistema social de la sociedad sudista.
No está de más señalar que Argentina ya había libertado a sus esclavos en 1813 y México, en I829. En la época en la que se produjo la guerra de Secesión, la esclavitud sólo era legal en USA, en las colonias españolas y holandesas, y en el imperio del Brasil. Era cuestión de tiempo que la opinión mundial, protagonizada por Inglaterra, presionase para que la esclavitud desapareciera del mundo civilizado sin necesidad de llegar a conflictos armados y, además, por su cuenta, la flota inglesa perseguía el tráfico de esclavos, lo que estaba perjudicando seriamente el negocio. Cinco años después
de la rebelión de Nat Turner, se produjo un amotinamiento que
llevó el tema de la esclavitud, y el derecho a la rebelión,
a los foros internacionales. A bordo del barco negrero español
"Amistad" se produjo un motín encabezado por un esclavo
llamado Cinqué, que se saldó con la captura del barco
por los negros, que eran transportados a un mercado sudista USA. Navegando
al norte, eludieron el punto de destino y atracaron en un puerto antiesclavista
del norte atlántico, y tras una dura batalla legal, toda vez
que lo del motín en alta mar no era bien visto por ningún
gobierno por muy justas que fueran las causas, los abogados antiesclavistas
consiguieron que los negros
Con la opinión mundial en contra, con muchos buques apresados y algunos capitanes negreros ahorcados, el negocio de la trata de esclavos iniciaba un descenso en picado en el que los riesgos eran superiores a los beneficios. Y sin trata, el sistema esclavista hubiera terminado por extinguirse. En el mismo Sur, eran muchas las voces que se levantaban contra el sistema, y hasta los propietarios esclavistas más reaccionarios estaban seguros de que el sistema no podía perpetuarse. Una muestra de que la esclavitud no era el gran tema del litigio entre nordistas y sudistas se muestra en la actitud hacia los esclavos de los principales generales de las fuerzas armadas confederadas, que deberían haber sido sus principales defensores. El general Lee, comandante en jefe de las tropas del Sur, emancipó a los pocos esclavos que tenía a consecuencia de una herencia. Stonewall Jackson poseía dos esclavos que le habían suplicado que los comprara para poder seguir juntos después que la ruina de una plantación hubiera obligado al propietario a venderlos. Johnson no tenía ningún esclavo, y el general sudista por excelencia, el arquetipo del caballero del Sur, Jeb Stuart, solamente tuvo dos esclavos y los emancipó mucho antes que comenzase el conflicto bélico.
La guerra más famosa en los mitos del Oeste se dio en el Este y los escenarios del western solamente tuvieron una importancia secundaria. Para que la paradoja fuera aún más hilarante, en la trata de esclavos ya hacía mucho tiempo que los mayores beneficios se los llevaban las compañías armadoras del norte y no los puertos sudistas, que solamente eran mercados de recepción. El sistema esclavista fue el pretexto para una guerra que escondía la rivalidad permanente, desde la época de la independencia, entre los estados industrializados del Norte y los estrictamente agrícolas del Sur. Para el Norte, la esclavitud era el pecado nefando, sobre todo desde que había dejado de ser el gran negocio, y para el Sur un problema interno que esperaban resolver sin ingerencias extrañas. Desde el primer momento de las hostilidades, el tema de la esclavitud se convirtió en la gran arma de la propaganda del Norte en las relaciones internacionales. Lo explotaron tan bien que muchas naciones que simpatizaban con el Sur, o que tenían intereses en su producción de algodón, no pudieron reconocer oficialmente a la Confederación porque habría sido refrendar un sistema que no era digno de los países "civilizados" del siglo XIX. Francia y, sobre todo, Inglaterra tuvieron que esconder sus intereses y no pudieron reconocer a los estados del Sur como nación independiente, lo que les hubiera reportado grandes beneficios económicos y políticos. El 12 de abril de 1861, la artillería confederada disparó contra Fort Sumter y comenzó el conflicto. Veintitrés estados de la Unión se enfrentaron a los once de la Confederación. El azul será el color del Norte y el gris el de los sudistas, las banderas son la tradicional USA para los nordistas y una azul con la cruz de San Andrés y trece estrellas blancas para las fuerzas de la Confederación; una estrella por cada estado sudista, si bien sólo eran once los efectivos y no los trece de las estrellas de la bandera. Las capitales fueron Richmond, en Virginia, para el Sur, mientras que el Norte mantuvo la capitalidad en Washington, a pesar de que estaba cercana a la zona militar en la que operaban los sudistas. Militarmente, la guerra la empezó el Sur, y al cañonear la bandera USA que ondeaba sobre Fort Sumter dio un buen argumento para que se desbordase la ola de histórico patriotismo en el Norte, aunque pronto la decepción sustituyó al entusiasmo.
La relación humana
de efectivos era decisoria. Casi seis millones de sudistas se enfrentaban
a un enemigo con una población de cerca de veinte millones de
personas y casi todas las industrias, además de la flota. A pesar
de las iniciales victorias de la Confederación, la guerra ya
estaba perdida para el Sur antes de que sonase el primer cañonazo.
Además del potencial, factor decisivo en los conflictos bélicos,
estuvo el de la dirección de la contienda. Lincoln dejó
en manos de sus generales las operaciones, a pesar de los continuos
errores, pero Jefferson Davis, el presidente sureño, como era
militar de carrera quiso dirigirlo todo y acabó siendo uno de
los principales obstáculos para que las cosas salieran bien.
Se anticipó, y demostrándolo, el axioma de Clemenceau
de que "la guerra es un asunto muy serio para dejarlo en manos
de los militares".
Cuando las bajas en los campos de batalla hicieron flaquear el entusiasmo inicial, tanto la Confederación como la Unión tuvieron que recurrir al reclutamiento forzoso, lo que se tradujo en un inmediato aumento del número de deserciones, que acabaron por convertirse en un problema que desplazó a veces al de enfrentarse con el enemigo en las consideraciones de urgencia del Estado Mayor de ambos bandos. Desertar fue una forma de sobrevivir, y para el segundo año de la guerra, el voluntario había desaparecido de los dos bandos, aunque el Sur explotase siempre que sus soldados se habían alistado y no que fueron enrolados. Cada quién buscaba su promoción personal; los mandos militares, el alcanzar el máximo grado en el escalafón, y los políticos, acumular proezas que se tradujesen en votos después de terminadas las hostilidades. Algunos mandos, como el confederado Ramseur y el unionista Custer, llegaron a ser generales de división a los veinticinco años, pero el grueso de los dirigentes supremos de la contienda estuvo formado por soldados profesionales que ya se habían distinguido en la guerra contra México quince años antes. En 1862 fue creada por el Congreso la Medalla de Honor que se convirtió en la más alta condecoración militar USA, si bien fue concedida muy pocas veces a lo largo del conflicto. La Confederación no creó medallas, a lo mejor porque lo que necesitaba eran milagros.
Cuando en 1865 terminó el conflicto, las bajas de la Unión eran más de cien mil muertos en acción y doscientos mil por enfermedad. El Sur tuvo menos bajas, pero el coste total de la guerra superó las quinientas cuarenta mil vidas, lo que para una población de los USA, en 1860, de treinta millones de personas, supone un número elevadísimo de pérdidas. Pérdidas que se explican por la mala conducción de las operaciones, medios modernos de suministros y armamentos, y mandos anticuados que se empeñaban en realizar campañas al estilo de Napoleón en una guerra que ya contaba con ferrocarriles y ametralladoras. A pesar de las grandes batallas terrestres entre sudistas y unionistas, la guerra se ganó en el mar. Cuando el bloqueo de la flota federal ahogó el comercio de los puertos del Sur, el conflicto entró en su fase final y ya solamente fue cuestión de tiempo que terminase a favor de la Unión. Los nombres de las grandes batallas como Antietam, Bull Run, Gettysburg y Frederycksburg, entraron en la épica nacional y aún son explicadas como operaciones militares magistrales de los generales USA, cuando, en realidad, fueron ceremonias de la confusión y la improvisación. Lo de la confusión es fácilmente explicable, ya que aún no se había inventado la pólvora sin humo y a las primeras descargas de los contendientes, el campo de batalla quedaba cubierto por una capa de niebla de los humos de la pólvora quemada que no dejaban saber quién era quién, por lo que fue frecuente que la artillería machacase a los de su mismo bando en unos avances que no podían ser señalizados con exactitud. El armamento fue en su casi totalidad de avancarga, a pesar de que ya existían cartuchos metálicos y armas de repetición. Solamente algunas unidades de la caballería nordista emplearon carabinas de tiro rápido, y a finales del conflicto, aparecieron las primeras ametralladoras Gatling. La Unión empleó hasta ochenta y dos modelos diferentes de armas y la Confederación pocos menos. La infantería fue el factor decisivo, a pesar de que los pintores de temas castrenses tengan predilección por las cargas de caballería, y un soldado de a pie, de los buenos profesionales, podía llegar a disparar su fusil de avancarga tres veces por minuto.
Fue la última de las guerras de corte napoleónico y la primera de le época actual. En ella coincidieron avances tecnológicos importantes, como el uso de globos para la observación del campo enemigo, el transporte de ejércitos y pertrechos por ferrocarril, y hasta los primeros submarinos de combate, con las cargas de infantería en campo abierto que hubieran horrorizado a cualquier inexperto teniente de Soult o Ney. Hubo casos tan increíbles que huelen a leyenda a pesar de su confirmada veracidad y, así, muchos mandos militares en campaña se vieron postergados en la utilización de los servicios telegráficos en favor de las cotizaciones y especulaciones financieras. De la competencia militar da cuenta el caso de que una patrulla de la caballería confederada tomó a dos generales de la Unión prisioneros y se apoderó de doscientas mulas en una incursión. Al saberlo Lincoln, se apenó "porque los dos generales eran de fácil reposición, pero las mulas, no”. El Sur había esperado el reconocimiento internacional de su independencia como su gran baza y, para conseguirla, no exportó, al principio, el algodón, tan necesario en Europa, para forzar el reconocimiento como nación. Fue un gran error, ya que ello sirvió para que los comerciantes europeos de algodón liquidasen sus grandes existencias a precios de inflación y, después, buscasen nuevas fuentes de producción y suministro en la India y Egipto. La guerra generó en el Norte, en el mejor estilo económico USA, una corrupción impresionante, a pesar de la honradez personal del presidente Lincoln, que poco pudo hacer para ponerle coto, además de que lo esencial era acabar con el conflicto del modo que fuera. La guerra, que había sido un continuo desastre para la Unión, empezó a encarrilarse al nombrar el presidente Lincoln comandante en jefe de las fuerzas federales al general Grant, un antiguo oficial expulsado del ejército por embriaguez, pero que demostró que valía más, incluso borracho, que sus abstemios contrincantes. Su mejor enemigo fue el general sudista Robert Lee, mucho mejor militar que Grant, pero que tuvo siempre menos efectivos y al pelma del presidente Davis dándole la tabarra. De todas formas, Lee era un general caballeresco que jamás hubiese disparado sobre la población civil, y Grant, un general moderno que sólo hubiera mirado cuanta munición gastaría en acabar con los civiles.
Para dar una idea de las continuas carnicerías que fueron los enfrentamientos militares, basta citar la batalla de Shiloh, en la que los nordistas emplearon 55.000 hombres y los sudistas 42.000. La victoria de la Unión se consiguió a costa de diecinueve mil bajas, frente a las trece mil de la Confederación. Ante esta sangría, no es de extrañar que el patrioterismo desapareciera y que todo el que pudiera se librase del enrolamiento forzoso a cambio de entregar trescientos dólares al tesoro de su bando. Los irlandeses, esos chicos
tan amables y divertidos de las películas de Hollywood, decidieron
que no querían luchar en una guerra en la que se dirimía
el destino de los negros. Protagonizaron un motín en Nueva York
en el que asesinaron a cientos de negros y, cuando se les acabó
el personal de color para linchar, continuaron con los chinos y los
alemanes. Como es lógico, esta matanza no se cita demasiado en
los libros de texto USA, que siguen presentando la Guerra de Secesión
como una cruzada para libertar a los negros.
En noviembre de 1864, con la guerra prácticamente ganada, Lincoln fue reelegido presidente por los compromisarios de los estados del Norte y por más de dos millones de votos populares, frente al millón ochocientos mil de su rival, Mc Clellan, un general en jefe de las fuerzas nordistas al que Lincoln tuvo que destituir, pues era de una incompetencia ejemplar. A destacar que al presidente USA no lo elige como factor decisivo el voto popular, sino el de los representantes de los distintos estados. En abril de 1865, las agotadas fuerzas confederadas, al mando del general Lee, se rindieron en Appomatox a los soldados de Grant. Esta rendición originó una cadena de capitulaciones sudistas que terminaron con el apresamiento en Georgia del presidente confederado Davis. La última batalla de la Guerra Civil se dió en Rancho Palmito (o Palmetto), cerca de Río Grande, y, por ironía de la historia, fue una victoria confederada. Los sudistas que más tardaron en rendirse fueron las tropas del brigadier Stand Watie, un jefe indio que combatía al frente de sus guerreros Cherokees, que continuaron en armas hasta el 23 de junio de 1865. Los defensores finales de la Confederación fueron sus aliados indios, así que se mezclaron una cantidad de colores, azul, gris, negro y rojo, que compusieron un lío cromático de no fácil identificación ideológica.
Lincoln no tuvo tiempo de saborear su victoria definitiva. El 14 de abril de 1865 fue asesinado en un teatro de la capital por el actor sudista John Wilkes Booth, que disparó con un derringer contra el presidente, al tiempo que gritaba ISic semper tirannis!, demostrando que tenía mejor formación clásica que atlética, ya que al saltar del palco presidencial después del atentado se rompió una pierna. Booth fue poco después abatido por una patrulla de soldados de caballería que no le dieron tiempo ni a rendirse y, así, el complot para asesinar a Lincoln se convirtió en un enigma no aclarado gracias al rápido silenciamiento del principal protagonista.
Paradójicamente, la
muerte de Lincoln, el gran enemigo, fue la última desgracia para
el Sur, ya que su desaparición dejó abiertas las puertas
de la revancha, y su sucesor, el vicepresidente Johnson, decretó
la Ley Marcial para todos los Estados del Sur. La guerra había
terminado. Comenzaba una ocupación militar que se traduciría
en represión.
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