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Un zorro en el gallinero.

Por Raúl Dellatorre.

 

Más allá del generoso salvavidas que el gobierno arrojó sobre las cabezas de la banca privada, la relación particular entre los bancos de inversión y la Casa Blanca tiene antecedentes mucho más antiguos.

El hecho de que el principal gestor de la operación de salvamento vaya a ser Henry Paulson, hoy secretario del Tesoro, habiendo sido hasta antes de asumir en ese cargo el presidente precisamente de Goldman Sachs –hasta mayo de 2006–, no es ni siquiera un hecho aislado. A lo largo de la historia contemporánea, la relación entre banca de inversión y gobierno norteamericano ha tenido la fluidez de una aportación permanente de cuadros técnico-políticos a distintos gobiernos. Y, por supuesto, también hay constancia de los caminos de regreso: de la Casa Blanca a la poltrona de un cargo en el directorio de las hasta hace poco prestigiosas entidades financieras. ¿Connivencia o incompatibilidades éticas? Es Estados Unidos, estúpido, como diría Bill.

Paulson mudó sus oficinas de Manhattan a Washington en la primavera boreal de 2006, convocado por George Bush para hacerse cargo del Departamento del Tesoro. A nadie sorprendió que el gobierno recurriera al titular de Goldman Sachs, ya que otros funcionarios del mismo gobierno reconocían el mismo origen. Stephen Friedman, consejero para Asuntos Exteriores, y Joshua Bolten, nada menos que jefe de Gabinete de la Casa Blanca, provenían de la misma entidad. Por nombrar sólo a funcionarios de primera línea.

No es una particularidad de los Bush la afinidad con Goldman Sachs. Ya Bill Clinton había recurrido a los cuadros de la compañía para formar su equipo en el área de Finanzas. Así sumó a su gobierno a Robert Rubin, como secretario, y a su segundo, Gary Gensler. Años antes, lo propio había hecho Ronald Reagan, al nombrar a John Whitehead (otro ex Goldman Sachs) como subsecretario.

Pero hay quienes hicieron carrera en sentido inverso. Un viejo conocido de la Argentina, y más conocido de Domingo Cavallo, es David Mulford, subsecretario para Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro desde 1989. Desde este puesto acompañó y apoyó la política de reprogramación de las deudas latinoamericanas que impulsó Nicholas Brady, a partir de 1991, que terminó en sucesivas crisis y catástrofes durante toda la década en la región. No satisfecho del todo con su labor en el sector público, Mulford siguió dedicándose a las deudas latinoamericanas al volver al sector privado, cuando quedó al mando del Crédit Swiss First Boston. Desde ese puesto, instrumentó el megacanje de deuda de 2001, que fue el sprint final que pegó la economía argentina mientras transitaba por un camino al borde del precipicio. Para sus cuentas, la operación no fue tan gravosa, puesto que cobró más de 150 millones de dólares en comisiones por su gestión.

La administración Bush había iniciado su gestión, hace ya siete años, intentando diferenciarse de los gobiernos que apañaron los abusos en materia de especulación en el sistema financiero. “Los carpinteros y albañiles no tienen por qué pagar los desastres hechos por los banqueros”, había sido una de las frases inaugurales de su cargo de Paul O’Neill, un secretario del Tesoro atípico por su discurso confrontativo con la banca y proindustrialista.

La postura no le duró demasiado al gobierno de Bush, que terminó optando por quien había sido uno de los mentores de las operaciones de alto riesgo en intermediación financiera, ya fuera con divisas, papeles de deuda con bajo respaldo o empresas en condiciones de alta inestabilidad. Henry Paulson al frente de esas prácticas logró batir records de utilidades en Goldman Sachs, haciéndole ganar más de 5.600 millones de dólares en 2005.

Por ese resultado cobró 38,5 millones de dólares de bonus al año siguiente. Y un puesto de secretario del Tesoro. Hoy está al frente del combate contra la hecatombe que armó la especulación ilimitada.

Publicado en La Tribuna
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