La muerte de Sixto Cámara y
la salvación de Fernando Garrido.
Por
Francisco Pi y Margall
Organizado, entretanto, poderosamente el partido
democrático, gran número de sus miembros formaban
parte, a la vez, de una especie de sociedad secreta, semejante
ai carbonarismo italiano y cuyo principal fin era trabajar
por el triunfo de la República, como paso a mayores
progresos político-sociales, y a este efecto
conspiraba de continuo, concentrando elementos revolucionarios,
intentando sublevaciones, queriendo sobornar guarniciones
y no siendo, en realidad, más que juguete de unos
cuantos vividores o de la misma policía, que instigaba
a urdir conjuras para tener el placer de descubrirlas.
Uno de estos cándidos revolucionarios, hombre,
por otra parte, de gran cultura, prestigio y acrisolada
honradez, Sixto Cámara, que a la sazón se
hallaba en Portugal, pasó la frontera el 8 de Julio
de 1859 y, según aseguran, en la noche del 9 al 10
conferenció en Olivenza con los sargentos del batallón
provincial de Badajoz con quienes estaba de acuerdo para
una sublevación. Había ésta
de tener como base el alzamiento de la guarnición
de aquella plaza fronteriza; a la que seguirían las
de Badajoz, Sevilla, Málaga y demás de Andalucía.
Contra la opinión de los que sostenían la
poca oportunidad del movimiento intentado y sin apenas recatarse
de la policía, permaneció Cámara en
Olivenza, mientras el Gobierno, enterado oportunamente de
sus proyectos, lo mandaba prender desde Badajoz. Supo a
tiempo Cámara la orden de prisión dictada
contra él, y en lugar de buscar asilo seguro en la
misma, población, se empeñó en salir
de Olivenza a las 11 de la mañana en compañía
de un joven demócrata llamado Moreno Ruíz.
El día era horriblemente caluroso, y ni Cámara,
ni Moreno conocían el camino de Portugal, a donde
pretendían dirigirse, pues aunque el de la carretera
lo sabían, no podían aventurarse a marchar
por ella, expuestos como estaban a ser detenidos en el acto.
Así caminaron por entre matorrales, rastrojos y trochas
con un sol abrasador, y atormentados por la sed. Arrojóse
sediento Sixto Cámara a beber agua de una ciénaga
que por su malaventura encontró en el camino. En
vano quiso su compañero detenerle. A los
pocos momentos, se sintió Cámara enfermo y
presa de mortales angustias. Desesperado su joven
acompañante al ver en tan mal estado a su amigo y
jefe, se dio a buscar un asilo en donde atender y cuidar
de él. Por fin, logró divisar una
miserable casucha, a la que fue trasladado ya en gravísimo
estado el pobre Cámara. A los pocos momentos de llegar
a su mísero albergue, expiró Cámara,
presa de horribles dolores.
Trató, desconsolado, Moreno Ruíz, de continuar
su camino a Portugal, pero Ios dueños del ventorro
o casucha no se lo consintieron, alegando que podían
acusarles de ser los autores de la muerte del revolucionario.
Entonces Moreno Ruíz declaró quién
era el muerto. Apresuráronse entonces aquellos hombres
a dar parte a las autoridades de Badajoz. Moreno
Ruíz fue conducido á Badajoz, y después
de un juicio sumarísimo, condenado a muerte en garrote
vil; pero no habiendo en el lugar de la ejecución
más que un solo aparato de suplicio y siendo varios
los condenados, entre ellos un pobre cordonero, cuyo único
delito era el haber llevado una carta de Badajoz a Olivenza,
fueron uno por uno ejecutados, tocándole el último
turno al desgraciado Moreno Ruíz, que así
presenció el suplicio de sus compañeros.
Como hemos dicho, la conspiración urdida por Cámara
tenía ramificaciones
en varias partes, y por los documentos encontrados en las
ropas de Cámara y por
los registros practicados en casa del desgraciado joven
Moreno Ruíz, se vino a
deducir dónde y quiénes eran los que conspiraban.
Realizó el Gobierno muchas
detenciones y condenó a muerte a un sargento
de artillería, de guarnición
en Sevilla, que resultaba gravemente comprometido. Se le
ofreció la vida si delataba a sus principales cómplices,
y él descubrió a Fernando Garrido, escritor
y ardiente republicano, como el instigador del movimiento
en la capital andaluza.
Preso Garrido, hubiera sido seguramente condenado
a muerte en garrote vil a no mediar una para él venturosa
circunstancia. Los oficiales del cuerpo de artillería,
a que pertenecía el sargento condenado, tomaron muy
a mal su delación y le aconsejaron que rectificara
lo dicho en la primera ocasión que se le presentara.
Llevado Garrido ante el tribunal pidió se le carease
con su delator, y arrepentido
éste por las insinuaciones de los oficiales del cuerpo,
declaró que ni de vista conocía a Garrido.
Esto salvó la vida a aquel escritor ilustre
y consecuente republicano, que al referirse en su Historia
del último Borbón de España, al suceso
anotado, confirma en parte a lo dicho en los siguientes
términos: «Yo fui arrancado de mi casa y conducido
a Sevilla, donde tuve el disgusto horrible de ver dar garrote
a mi delator, que no se atrevió a sostener su denuncia,
desconociéndome en la rueda de presos.»
Sin embargo, y a pesar de lo dicho por Garrido, un escritor
contemporáneo afirma que el sargento murió
fusilado y no en garrote vil. Pero sea de ello lo que quiera,
con ésta y otras ejecuciones confirmó
O’Donnell su fama de sanguinario.