Discurso
pronunciado por Francisco Largo Caballero
en el teatro-cine Pardiñas de Madrid
el 17 de Octubre de 1937 (I).
Francisco Largo Caballero (Madrid, 1869; París, 1946)
Vicepresidente
de la UGT (1908-1918) y secretario general (1918-1938).
Diputado
en Cortes en 1918. Ministro de Trabajo (1931-1933). Presidente
del Gobierno y ministro de la Guerra (Sep. 1936-Mayo 1937).
Tras ser forzado a dimitir, se inició el acoso para
echarle de la
Secretaría General de la UGT. Se le privó
de los periódicos afines y tras
este discurso de Madrid, no se le autorizó ninguno
más y llegó a estar
bajo arresto domiciliario. Exiliado en Francia, fue hecho
prisionero
por la policía de Petain y conducido a un campo de
concentración nazi,
donde permaneció hasta que fue libertado por el ejército
ruso. http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Largo_Caballero
http://www.ugt.es/fflc/
El discurso del cine Pardiñas fue retransmitido en
directo a otros cinco cines
madrileños que, a pesar de ser los de mayor aforo,
se llenaron a rebosar,
instalándose altavoces en la calle para la gente
que no había podido entrar.
Texto del folleto: La U.G.T y la Guerra. Editorial Meabe,
Valencia 1937.
Archivo General de la Guerra Civil, Salamanca.
TRABAJADORES:
Sean
mis primeras palabras, de salutación a todos los
combatientes que luchan en España contra el fascismo
y por la independencia de nuestro país, y un recuerdo
de gran emoción para todos aquellos que han caído
luchando por la misma causa. Este saludo y este recuerdo
debemos dedicarlos todos a estos hombres, que combaten,
como he dicho, por nuestra independencia, libres de muchos
prejuicios y de muchas miserias humanas.
Os
ruego que, a pesar de la multitud que aquí hay y
de la incomodidad que tendréis todos por esta misma
circunstancia, tengáis un poquito de paciencia. Yo
procuraré tenerla también.
Ya
hacia tiempo que no me ponía en comunicación,
en reuniones públicas, con la clase trabajadora.
Tengo que recordar, aunque sea incidentalmente, que la última
campaña de propaganda que yo hice, fué la
campaña electoral, con la cual se contribuyó
grandemente al triunfo de las izquierdas frente al fascismo,
que ya se estaba incubando en nuestro país. Recuerdo
bien que en aquella campaña de propaganda eran tres
o cuatro los puntos principales de que yo trataba: primero,
la amnistía para todos aquellos hombres que estaban
en las cárceles con motivo de los sucesos de octubre;
segundo, un llamamiento a las mujeres españolas para
que cooperasen al triunfo de las izquierdas; tercero, un
llamamiento a los camaradas de la C.N.T. para que en aquella
ocasión, dando de lado a ciertas actitudes que habían
tenido hasta entonces, cooperasen al triunfo, y
cuarto, que, a pesar de que en las candidaturas había
muchas personas indeseables, los electores no mirasen las
personas, sino las candidaturas. Así lo hicieron
y por eso se triunfó.
Desde
entonces han sucedido muchas cosas. Después, sabéis
que se constituyó el Gobierno presidido por mí.
Yo tuve interés en que ese Gobierno estuviera
constituido por todos los elementos que luchaban en las
trincheras. Me parece que nadie podrá negar
el propósito de dar de lado muchos rozamientos, muchas
cuestiones que había entre nosotros. Cuando
constituí ese Gobierno, lo realicé con el
interés de ganar la guerra. No hice exclusión
de ninguno de los elementos que tenían hombres luchando
en las trincheras: estaban en él las tendencias del
Partido Socialista, los comunistas, los vascos, los catalanes,
los republicanos, y, por fin, se logró que la C.N.T.
hiciese un acto más de abnegación y entrase
en el Gobierno, con lo cual se completó todo el cuadro
antifascista dentro de aquel Gabinete.
EXPLICACION
DE UN SILENCIO
No
os voy a referir ahora lo que ese Gobierno hizo. Lo reservo
para otras conferencias, con lo cual contestaré a
aquella campaña de injurias y de calumnias que quien
es hoy todavía ministro de Instrucción pública
tuvo el descaro de iniciar en un acto público.
Muchos se habrán dicho: ¿cómo Largo
Caballero no contestó a esas infamias? Ahora lo digo
con franqueza: no porque no tenga qué contestar,
sino porque para mí, por encima de esas miserias,
estaba el ganar la guerra (muy bien; grandes aplausos),
y no quería ir a la tribuna pública
porque con ello podía, sin querer, contribuir a algo
que pudiera perjudicar la marcha de la guerra.
Unas veces, por la situación internacional. Era preciso
que España saliera del pleito de la Sociedad de Naciones,
para que jamás se pueda decir que ninguno de nosotros
habíamos contribuido con nuestra palabra a que España
no logre en Ginebra lo que tenía derecho a conseguir.
Otras veces, por si se estaban haciendo operaciones en tal
o cual frente, también callamos, para procurar que
a esos frentes no llegase el eco de lo que se manifestase
y que pudiera desmoralizar a los combatientes y perjudicar
a la guerra. Os aseguro que uno de los mayores sacrificios
que he hecho en mi vida ha sido guardar silencio durante
estos cinco meses. Pero no me pesa, porque aunque los calumniadores
y los difamadores hayan hincado sus uñas y sus dientes
en mi persona, tengo la tranquilidad de conciencia de que
mi silencio ha contribuido al bien de España y al
bien de la guerra. (Muy bien; prolongados aplausos.)
EL
POR QUE DE UNA CAMPAÑA
Se
dirá: ¿qué es lo que ha ocurrido aquí
para que contra aquél a quien antes consideraban
todos como un hombre representativo de la clase trabajadora
se haya hecho esa campaña difamadora? ¿Es
que Largo Caballero ha cambiado de ideología? ¿Es
que Largo Caballero ha hecho traición? (Voces: ¡No!)
Eso digo yo: que no. ¡Ah! Entonces, ¿por
qué se ha hecho esa campaña? ¿Sabéis
por qué? Porque Largo Caballero no ha querido ser
agente de ciertos elementos que estaban en nuestro país
y porque ha defendido la soberanía nacional en el
orden militar, en el orden político y en el orden
social. (Aplausos.) Y cuando esos elementos comprendieron,
bien tarde por cierto, que Largo Caballero no podía
ser un agente de ellos, entonces, con una nueva consigna,
se emprendió la campaña contra mí.
Yo
afirmo aquí que hasta poco antes de iniciarse la
campaña se me ofrecía todo cuanto hay que
ofrecer a un hombre que pueda tener ambiciones y vanidades.
Yo podía ser el jefe del Partido Socialista Unificado;
yo podía ser el hombre político de España;
no me faltarían apoyos de todos los elementos que
me hablaban. Pero había de ser a condición
de que yo hiciera la política que ellos quisieran.
Y yo dije: de ninguna manera. (Clamorosa ovación.)
Decía yo que tarde me conocieron. Podían haber
comprendido desde el primer momento que Largo Caballero
no tiene ni temperamento ni madera de traidor para nadie.
Me negué rotundamente, hasta el extremo de que en
alguna ocasión, en mi despacho de la Presidencia
del Consejo de Ministros, tuve escenas violentísimas
con personas representativas de algún país,
que tenían el deber de tener más discreción
y no la tenían, y yo les dije, delante de algún
agente suyo, que por cierto desempeñaba entonces
cartera de ministro, que Largo Caballero no toleraba ingerencias
de ninguna clase en nuestra vida interior, en nuestra política
nacional. (Aprobación; aplausos.) Estas
escenas violentas, que, como digo; tuvieron testigo que
no sería capaz de negarlo, fueron el comienzo de
la campaña en contra mía. La iniciaron contra
Largo Caballero, pero viendo que esa campaña personal
no les daba resultado, porque había muchos trabajadores
que no comprendían cómo se podía hacer
eso, mudaron de consigna y fueron contra la Ejecutiva
de la Unión General, pero al ir contra la Ejecutiva
de la Unión General, contra quien iban principalmente
era contra Largo Caballero. Ahora os explicaré
lo ocurrido en la Unión para que veáis la
injusticia, las falsedades y las maniobras de toda clase
que se han producido para llegar a la situación en
que estamos.
LA
VERDAD DE LO SUCEDIDO
¿Por
qué me he decidido a empezar a hablar? Este
acto es el primero de la serie que pienso dar (aprobación)
para enterar a España de la verdad de lo sucedido,
y para que España comprenda quiénes son los
que contribuyen con sus campañas a empeorar nuestra
situación en todos los órdenes. Yo
vengo a hablar aquí porque creo que no habrá
ya nadie que pueda achacar a lo que yo manifieste en este
acto lo ocurrido en Ginebra, que tenga el cinismo de decir
que soy el responsable de lo sucedido allí. Creo
que tampoco perjudico en estos momentos a la acción
militar. Todos sabemos en qué situación estamos;
aunque no nos lo digan claramente, aunque nos lo oculten,
el que más y el que menos la sabemos.
Además,
camaradas, yo vengo aquí a hablar porque veo que
nuestro Partido Socialista y nuestra U.G.T. están
en peligro, y quiero contribuir a salvar a este partido
y a salvar a la U.G.T. de España. Lo que
se pretende, para servir ciertos intereses políticos,
es provocar la disidencia en el Partido Socialista y en
la U.G.T. Pero yo lo he dicho y lo repito: Largo
Caballero no provoca la disidencia en el Partido ni en la
Unión General. El que quiera, que la provoque. Es
decir: ya la han provocado, ya la han producido. ¡Largo
Caballero, no!
¿Qué
es lo que ha sucedido en la U.G.T. de España? Os
lo voy a contar con la mayor brevedad posible. El
origen de esta campaña contra la Unión arranca
de la crisis política de mayo, crisis que yo tengo
que declarar aquí que la considero como la más
vergonzosa de cuantas he conocido en la Historia de España.
Incluso con la monarquía, no he conocido yo una crisis
que pueda sonrojar tanto como ésta a cualquier buen
español. Aunque no entre ahora en muchos
detalles, que ya lo haré en otra ocasión,
debo manifestaros que esta crisis se provocó
por los representantes del partido comunista en el Gobierno.
El día anterior al planteamiento de la crisis, algunos
periódicos madrileños anunciaban ya acontecimientos
políticos como resultado de aquel Consejo. En
él, la representación comunista produjo el
escándalo, pidiendo un cambio de política
en la guerra y un cambio de política en el orden
público. Ese era el pretexto, porque en
lo que se refiere a Guerra, el partido comunista sabía,
como yo, lo que ocurría, porque tenía representación
en el Consejo Superior de Guerra. Y en la cuestión
de orden público respecto a Cataluña, nosotros,
como Gobierno central, no teníamos ninguna jurisdicción.
Fué
un pretexto. En aquella reunión se me pidió
a mí que el Gobierno disolviese una organización
política disidente del partido comunista.
Yo, que he sido perseguido con las organizaciones a las
cuales he pertenecido y pertenezco, por los elementos reaccionarios
de nuestro país, manifesté que, gubernativamente,
no disolvía ninguna organización política
ni sindical; que yo no había ido al Gobierno a servir
intereses políticos de ninguna de las fracciones
que en él había; que aquél que tuviera
que denunciar hechos, que lo hiciese y los Tribunales serían
los que interviniesen y disolvieran o no la organización,
pero que Largo Caballero, como presidente del Consejo
de ministros, no disolvería ninguna de esas organizaciones…
(Grandes aplausos que impiden oír el final de la
frase.)
Y
antes de terminar el Consejo de Ministros, en vista de que
no recibían satisfacción los proponentes,
como si estuvieran en un Comité de pueblo o en un
Casino, con la mayor irresponsabilidad, se levantaron
los ministros comunistas y abandonaron el Consejo.
En el acto, antes de levantarse, yo hice unas manifestaciones,
y las manifestaciones fueron que me parecía un crimen
que en aquellos momentos se plantease una cuestión
política. Si eso se hubiera hecho pasados
unos días, no tendría tanta trascendencia,
pero en aquellos momentos yo lo consideraba como un crimen.
El
hecho es que se marcharon y que yo tuve que dar conocimiento
del asunto a quien debía hacerlo. Lo hice por la
noche, y aquél a quien yo di cuenta me pidió,
dada la importancia del asunto, unas horas para reflexionar.
Y fui llamado al día siguiente, para decirme
que la crisis no se plantease en aquel momento, puesto que
había entre manos unas operaciones que pudieran hacer
cambiar la faz de la guerra en España, y
que había que hacer esas operaciones antes de producirse
la crisis. Hechas las operaciones, podía plantearse.
Me sometí, y dije: «no tengo inconveniente;
la crisis, por mi parte, queda aplazada unos días;
se van a hacer las operaciones y veremos lo que resulta».
¡Ah! Pero por la tarde me encuentro con que
se presentan los ministros socialistas en mi despacho, y
estos correligionarios fueron a comunicarme que la Ejecutiva
Nacional del Partido había acordado que dimitiesen
todos los ministros socialistas. Cuando yo oí
esto, comprendí la jugada, y dije: «bueno,
señores, pues ya daré conocimiento a quien
tengo que darlo». Y, naturalmente, aquella decisión,
no mía, sino de alguien que estaba por encima de
mí en aquel momento, de aplazar la crisis
para hacer unas operaciones, la impidió el Partido
Socialista, por conducto de su Ejecutiva, poniéndose
incluso frente a los deseos de aquél que deseaba
que se aplazara la crisis.
Tuve
que dar cuenta del nuevo hecho, porque si del Gobierno se
marchaban los socialistas y los comunistas, no era posible
aplazar la crisis. Existía, además, un gran
interés por precipitarla, porque una de las cosas
que me dijeron esos dos socialistas, fué que habían
acordado dimitir y, además, que me rogaban resolviese
la crisis con urgencia. Es decir, uno de los objetivos
de la crisis —¡que tenía varios!—
era impedir esas operaciones a que antes hacía yo
referencia. Y, efectivamente, esas operaciones no se realizaron.
Yo no sé el resultado que habrían podido tener,
pero sí puedo echar la responsabilidad de todo esto
a quienes las impidieron, porque si esas operaciones se
hubiesen realizado, acaso España estaría en
otras condiciones en el terreno de la guerra. (Muy bien.)
De
esta manera se produce la crisis. Después, me encargaron
otra vez, tras unas consultas, de formar nuevamente Gobierno.
Yo hablé con todos, absolutamente todos, y, como
siempre —porque a estas triquiñuelas de política
burguesa en seguida nos adaptamos—, todos dieron buenas
palabras, todo el mundo se ofrecía, pero en cuanto
salían del despacho del jefe del Gobierno se ponían
de acuerdo para poner toda clase de inconvenientes. Recuerdo
bien que una de las condiciones que a mí me ponía
el partido comunista para colaborar en el Gobierno que estaba
encargado nuevamente de formar, era que yo no fuese ministro
de la Guerra. Yo les objetaba: «¿qué
fundamento tenéis para esto?» «Que el
Ministerio de la Guerra y la Presidencia es muchísimo
trabajo (risas), y no conviene que tengas tanto trabajo»
(más risas.) Yo les dije que no me parecía
un fundamento verdadero y sólido, porque quien tenía
que examinar eso no eran ellos; era yo. Agradecía
íntimamente el buen deseo (siguen las risas), la
buena voluntad que tenían de quererme descargar del
trabajo que sobre mí pesaba… Pero no era eso; era
algo de lo otro que os decía antes. Si hoy
no puedo entrar en detalles, ya lo haré en otro momento.
EN
EL MINISTERIO DE LA GUERRA
Yo,
en Guerra, tuve que comenzar a ponerme, como vulgarmente
se dice, en pie para impedir muchos abusos que se estaban
cometiendo. Entre ellos, me encontré un día
con que los socialistas en quienes había depositado
mi confianza, en el Comisariado de Guerra, habían
permitido que se nombrasen a espaldas mías, y con
documentación firmada por quien no lo podía
hacer, más de mil Comisarios. (Sensación;
aplausos.) Habían nombrado más de
mil Comisarios, y los habían nombrado poniendo la
firma en los nombramientos quien no tenía derecho,
legalmente, para hacerlo, porque el único que lo
podía hacer era yo. Y cuando llamé a aquellas
personas de confianza, correligionarios nuestros, y les
dije que cómo habían hecho eso, me contestaron
que creían que lo podían hacer. Dio
la casualidad de que la inmensa mayoría de los Comisarios
de guerra que habían nombrado así eran comunistas.
(Muy bien; muy bien; aplausos.)
Me
encontré con más. Me encontré con que
en el Comisariado de Guerra, a espaldas mías, se
había hecho un pequeño «straperlo».
Me encontré con que se habían hecho unas asimilaciones
a generales de brigada y generales de división, para
algunos correligionarios, con 22.000 y con 16.000 pesetas.
(Una voz: ¡Granujas!) Cuando yo les llamé,
también, para decirles: «bueno, ¿y cómo
han hecho ustedes esto a espaldas mías?», me
respondieron: «¡Ah! Creíamos que usted
estaba enterado y que usted…». «Pero, ¿qué
voy a estar yo enterado de que ustedes se han nombrado generales
de división y de brigada para cobrar?» (Risas.)
Además, mensualmente, disponían de más
de 200.000 pesetas para propaganda, para periódicos,
para tal cual otra cosa. Así me explicaba yo, mejor
dicho, me expliqué después, cómo había
tanto dinero para hacer la propaganda comunista en España.
(Formidable ovación.)
De
ahí el por qué yo publiqué una disposición
anulando todos los nombramientos de Comisarios y ordenando
que el que quisiera continuar siéndolo me lo pidiera
a mí, para yo revalidar su nombramiento. (Muy bien.)
Y ya recordaréis todos la campaña que se hizo
contra mí con este motivo, diciendo que yo quería
deshacer el Comisariado. No. Yo he entendido siempre,
cuando publiqué la disposición creando el
Comisariado y después, que éste haría
una gran labor, que había de tener un gran trabajo
en el Ejército, si cumplía con su deber. Pero
no creía yo ni podía pensar que el Comisariado
sirviera para hacer un Ejército de partido. ¡Eso,
no! (Aprobación; grandes aplausos.)
Todo
esto fué haciendo ambiente. Se produjo la crisis,
y cuando llega la consulta a la Ejecutiva de la Unión,
para dar un ministro pone condiciones. Yo, amistosamente,
fraternalmente, tengo que decir que al poner aquellas condiciones
se cometió, a mi entender, un error, error de detalle.
Yo sé los buenos propósitos de la Comisión
Ejecutiva al proceder así. La Ejecutiva vio que se
había producido una crisis algo oscura, por maniobras.
No estaba bien enterada, y la Ejecutiva al decir: «nosotros
no damos ministros si no es para un Gobierno Largo Caballero»,
expresaba, no que fuera ministro Largo Caballero. Es
de advertir que los comunistas querían que yo continuase
de presidente del Consejo, pero no de ministro de la Guerra.
La verdad, yo dije: «ponerme de espantajo para que
ellos pudieran hacer desde Guerra lo que les diera la gana,
¡ah!, no, no y no. (Aprobación.)
Yo,
socialista internacional, tengo amor a mi país; lo
tengo a mi pueblo, que es éste, Madrid; lo tengo
a España porque soy español, que no es incompatible
con ser internacionalista, ni mucho menos. Y yo,
delante de quien debía decirlo, manifesté
en una reunión: «no puedo dejar de ser ministro
de la Guerra por varias razones: primera, porque yo no he
hecho motivos para que se me eche del Ministerio de la Guerra,
y segunda, porque creo que, como español, tengo la
obligación de defender al Ejército español
y conducirle en forma que pueda conseguir el triunfo».
(Muy bien; grandes aplausos.)
CONTRA
LA EJECUTIVA DE LA U.G.T.
Pero
no creáis que estas arrogancias de españolismo
quedan impunes en algunas ocasiones, y en aquélla
no quedó. Realizaron lo que todos sabemos. Pues bien,
la Ejecutiva de la Unión, dijo: «no».
Pero lo dijo por ese motivo, no porque fuera Largo Caballero
ministro, pues últimamente no tenía por qué
decirlo, porque Largo Caballero, si hubiera querido, hubiera
sido presidente del Consejo de Ministros, hubiera continuado
siendo jefe del Gobierno. Yo no iba allí por ser
jefe del Gobierno. Yo iba a cumplir un deber: aquél
que estaba cumpliendo en Guerra. Lo que ocurría
era que yo estorbaba en Guerra.
Esta era la cuestión. Y desde aquel momento
empezó la campaña contra la Ejecutiva, pidiendo
la reunión del Comité Nacional. Yo
todavía no me había reintegrado al cargo de
secretario. Y, efectivamente, se celebró Comité
Nacional y la inmensa mayoría de las Federaciones
que celebraron ese Comité Nacional estaban fuera
de los Estatutos. Todos eran muy amantes de la Unión
y de la disciplina; del U.H.P. y de todas esas cosas, pero
no se acordaban de cumplir con la Unión General en
lo que se refiere a cotizaciones. ¡No los
cotizantes! No los obreros pertenecientes a las Secciones,
que ésos pagaban; no. Los que no pagaban
eran los Comités, que no sabemos lo que harían
con el dinero. (Aprobación; aplausos.) Porque,
últimamente, cuando hay una Federación que
no recauda cotizaciones, no tiene más que decirlo,
y si no tiene asociados, no paga por nadie o paga por los
que sean. Pero, no; había Federaciones que
no pagaban una cotización desde el primer trimestre
del año 33; había algunas que debían
cuatro y cinco años.
LA
REUNIÓN DEL COMITÉ NACIONAL
Se
celebró, sin embargo, el Comité Nacional,
porque en la Unión ha habido siempre mucha tolerancia
en eso, y aquellos amigos, abusando de esa tolerancia, llegaron
allí, tomaron acuerdos, y no solamente tomaron acuerdos,
sino que inmediatamente comenzaron una campaña en
la Prensa contra la Ejecutiva, diciendo: ya lo veis; hemos
desautorizado a la Ejecutiva. La habían desautorizado
unos individuos, o unos compañeros, que decían
representar a organizaciones que se hallaban en aquella
situación. Pero el caso es que se celebró
la reunión y que continuó la campaña
contra la Ejecutiva.
LA U.G.T. Y LA GUERRA
La
Unión General ha sido uno de los organismos que durante
la guerra ha cumplido mejor su misión. Recuérdese
bien que, cuando empezó la guerra, nosotros
organizamos en la calle de Fuencarral una oficina de información
al Gobierno. No quisiera yo que lo tomaseis a exageración,
pero si queréis, si tenéis medios, preguntad
al que era jefe del Gobierno entonces, y él puede
deciros de dónde recibía el Ministerio de
la Guerra, las informaciones exactas sobre la situación
militar en España. (Una voz: ¡De Fuencarral,
93!) ¡De Fuencarral, 93! (Aplausos.) Y entonces
se dio el caso de que en el Ministerio de la Guerra no había
más referencias verídicas que las de Fuencarral,
93, porque no tenían medios de informarse
ni por los alcaldes ni por los gobernadores, porque todo
estaba trastornado. Lo único que existía
y tenía conexión con nosotros eran las organizaciones
obreras de la Unión, y por medio de esas organizaciones
obreras, en todos los pueblos, sabíamos la situación
militar del enemigo y la nuestra, y se la decíamos
al Gobierno para ayudarle a ganar la guerra. (Muy bien.)
Después,
la Unión General ha realizado una labor permanente
hasta que el Gobierno se marchó de Madrid. No voy
a hablar de eso. (Risas.) No, no. (Más risas; una
voz: ¡Que hable!) No puede ser hoy. Todos lo sabéis.
Cada
cosa en su momento. Salió el Gobierno de Madrid y
tuvo que salir la Unión General. Voy a aprovechar
la ocasión, por si hay aquí compañeros
que interpretaron entonces mal las cosas, para decir que,
al marcharse el Gobierno de Madrid y salir organizaciones,
lo lógico es que fueran las nacionales las que salieran.
Porque esos Comités Nacionales no representaban sólo
a Madrid, sino que representaban a todos los obreros, y
tenían que irse a sitios donde pudieran estar en
relación con sus representados. Ahora bien; los locales,
el Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, o la Federación
local de Madrid, o la Agrupación Socialista Madrileña,
todo lo que fuera local, debía quedarse aquí.
Todo lo nacional, fuera de Madrid, para cumplir sus deberes
con los demás afiliados y con los de Madrid.
LA
U. G. T. EN EL EXTRANJERO
Y
salió también la Unión General, pero,
inmediatamente, en vista de la marcha de la guerra, comprendió
que había que realizar una intensa labor en favor
de España y en favor de nuestra guerra. ¿Quién
ha movido a las Internacionales, lo mismo la socialista
que la sindical, más que la U. G. T. de España?
Todas las reuniones que se han celebrado, todo el apoyo
internacional por parte de la clase trabajadora organizada,
¿quién lo ha hecho más que la Unión?
Han ido otros organismos políticos que se llaman
también obreros y no los ha hecho nadie caso. A la
Unión ha sido solamente a la que se le ha hecho caso,
porque la Unión ha sabido ganarse un prestigio internacional
que no tienen muchos, ni lo podrán tener. (Aprobación.)
Y la Unión General provocó la reunión
de Londres para apoyar al Gobierno, y luego la de París.
Todos
sabéis que hubo un movimiento de la clase trabajadora
en el extranjero, favorable a nosotros; que, por cierto,
se atenuó luego, no por culpa nuestra, sino por errores
políticos que se cometían en España.
Poco después de la crisis, hubo un momento en que
corrieron rumores más allá de las fronteras,
según los cuales se hacía aquí tal
política de persecución contra elementos discrepantes.
Todos sabéis que ha habido casos verdaderamente desgraciados,
que aún no se han esclarecido, de personas hechas
desaparecer por elementos que no son el Gobierno, y que
han constituido un Estado dentro de otro Estado. Esto ha
trascendido, compañeros, hasta el extremo de que
han venido a España representantes de las Internacionales,
a averiguar expresamente qué había de verdad
en ello, y a nosotros, personalmente, se nos ha dicho: «desde
que esto ha ocurrido, nosotros no podemos levantar el entusiasmo
en el extranjero, entre nuestros compañeros, porque
sospechan que aquí quienes dominan y quienes influyen
son los elementos —lo dicen claramente— comunistas,
y todo el mundo se pregunta si van a ayudar a España
para que luego sean los comunistas quienes rijan los destinos
de España». ¡Eso han venido
a preguntarnos! Y no os extrañe. Una de las cosas
que yo he censurado eran esos excesos que, a juicio mío,
se cometen; por ejemplo, que hubiese mandos militares de
gran importancia que asistiesen a congresos comunistas,
a desfiles en honor de comunistas. De todo ello se sacaban
fotografías que se publicaban en los periódicos,
y esos periódicos iban a Londres, iban a París,
iban a otras partes, y cuando allí veían que
los jefes del Ejército, en gran número y de
gran influencia, asistían a esos actos, decían:
«¡entonces, es verdad que allí lo que
domina e influye es el comunismo!» Esto nos perjudicaba
mucho, muchísimo.