Tras
la proclamación de la República en España
el catorce de Abril de 1931, la depuración de responsabilidades
de determinados miembros del régimen anterior por
su actuación durante la dictadura primorriverista
se convirtió en un clamor popular a escala nacional.
La recién elegida corporación gijonesa estuvo
en la vanguardia de esta reivindicación y el capitán
de la Guardia Civil Lisardo Doval, comandante del puesto
de Los Campos, de Gijón, fue el primero en merecer
su atención.
Por
entonces, primavera de 1931, Doval llevaba casi quince
años destinado en Asturias. El general Sanjurjo,
jefe de la Guardia Civil, le había ordenado presentarse
en Madrid una vez pasadas las elecciones de Abril, motivo
por el que permaneció en la capital, en comisión
de servicio, hasta el día veinticuatro, en que
regresó a Gijón. Fue al reincorporarse a
su destino cuando Doval se enteró de lo que el
Ayuntamiento preparaba contra él y, para defenderse,
escribió una larga carta autoexonerándose
de cualquier culpa. Sería esta carta, publicada
en los diarios “El Comercio” y “La Prensa”
la que daría lugar a una serie de réplicas
inculpatorias que en los días siguientes aparecieron
en las páginas del periódico melquiadista
“El Noroeste”.
Parece
claro que la campaña contra Doval estaba capitaneada
por la CNT y el movimiento republicano gijonés.
La Corporación municipal aprobó la creación
de una comisión municipal de responsabilidades,
integrada por los concejales Dionisio Morán Cifuentes
y Joaquín Suárez, además de otra
comisión encargada de depurar las responsabilidades
en que pudieran haber incurrido los empleados municipales.
Tras
la publicación de las cartas inculpatorias que
se reproducen más abajo,
el ocho de Mayo de 1931 se convocaba a los trabajadores
a una reunión en la Casa del Pueblo de Gijón
(CNT) para tratar “la cuestión relacionada
con las responsabilidades en que pudieran haber incurrido
ciertas autoridades y sus subordinados durante los pasados
años”. En un salón abarrotado de
trabajadores y bajo la presidencia de Segundo Blanco,
se explicó el acuerdo adoptado en el reciente
congreso de la CNT para que en toda España se abriesen
informaciones públicas para recoger las denuncias
concretas de los ciudadanos que hubieran sufrido malos
tratos y cualquier clase de abuso. En esa reunión
se aprobó la propuesta de constituir una comisión
integrada por seis obreros que funcionaría diariamente
en la Casa del Pueblo durante varias horas para recoger
todas las denuncias que se le presentasen. Estas denuncias
debían de ser lo más concretas posibles
e ir firmadas, sin que fuera obstáculo el estar
afiliado o no.
El
abogado asesor propuesto, y aprobado por la asamblea,
fue Mariano Merediz, “constante defensor de los proletarios
perseguidos”. Mientras que a nivel nacional, los
abogados encargados de dar forma jurídica a las
acusaciones y elevar éstas al Gobierno provisional
exigiendo el castigo de los culpables serían Eduardo
Barriobero y Jiménez de Azúa.
Respecto
del capitán Lisardo Doval, nada se sabe de su posible
depuración o no, y sí de su paso por la
Escuela de Guardias Jóvenes de Valdemoro y de que
en 1934 fue nombrado delegado de Orden Público
para Asturias y León, encargándose de la
represión que siguió a la derrota de la
Comuna Asturiana de Octubre.
Comandante
de la Guardia Civil Lisardo Doval y Bravo. (Archivo Ayalga)
De
Asturias a Africa, y en Abril de 1935 el ya comandante
Doval es nombrado jefe de Seguridad en el Protectorado
español de Marruecos. Al producirse la sublevación
de Julio de 1936, Alfonso Camín le señala
como uno de los que encabeza las fuerzas que parten de
Avila y son severamente derrotadas por las milicias madrileñas
en Peguerinos. Gómez Fouz sitúa su fallecimiento
en el Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid en
1975. Contaba Lisardo Doval ochenta y siete años
y llevaba más de veinte retirado, habiendo alcanzado
la graduación de coronel. Lisardo Doval había
nacido en un pueblecito de La Coruña en 1888. Llegó
destinado a Asturias en 1917, como jefe de línea
en Gijón, y también estuvo destinado en
Sama de Langreo.
Carta de Segundo Blanco publicada en “El Noroeste”.
“Por
mi actuación intensa y constante en la lucha social,
en un período de más de catorce años,
creo estar bien acostumbrado a ver cómo los servidores
de la justicia burguesa hacen objeto de los más
vituperables vejámenes y atropellos
a todos cuantos tienen la desgracia de chocar con quienes
hacen uso de la autoridad y de la fuerza que ésta
les da, para someter a sus caprichos y bastardos intereses
a quienes por alguna razón están en pugna
con ellos y, muy especialmente, a los trabajadores que
luchan por su emancipación. Muchos centenares de
cuartillas había de escribir, si fuera a citar
cuantos atropellos he visto cometer, y muchas también
para comentar la manera audaz, incalificable, con que
después de haberlos cometido se disculpan los victimarios.
Pero
pese a mi costumbre, confieso mi asombro al leer ayer
el escrito de Doval: No podía pensar que el mismo
refinamiento de crueldad que en todo momento usó,
valido de la impunidad, para masacrar a los detenidos,
habría de usarlo para mentir de manera tan descarada.
No podía pensar en que, de manera tan audaz, tan
cínica, lanzase públicamente el insulto
que su escrito supone a tantas víctimas como en
Gijón y en Asturias ha hecho y en las cuales su
perversidad retadora de ahora habrá levantado una
tempestad de odios.
No
le parece a Doval que la actitud del Ayuntamiento refleje
el estado general de protesta del pueblo de Gijón
por su funesta y criminal actuación, y aún
considera que su “modesto nombre” debe ser reivindicado.
Quiere ignorar que su nombre adquirió proporciones
gigantescas por sus crueldades precisamente, y que durante
la etapa dictatorial, especialmente, era el terror de
las gentes, sin distinción de sexos ni de edades
ni categorías.
Pero
no hemos de seguir argumentando de esta manera porque
no es materia de una carta y sí habría suficiente
material para un libro. Yo acuso a Doval, seguro de que
si se somete a la prueba con la misma valentía
con que maltrataba a las personas indefensas, el Código
de Justicia Criminal, en nombre del cual cometía
sus fechorías, lo sepultaría en un presidio
para siempre, de los hechos siguientes:
De
haber detenido o mandado detener a sus esbirros en 6 de
Diciembre de 1926, al abajo firmante y mandándolo
atar con unas cadenas que hubieran sujetado suficientemente
a un animal a un pesebre. De haberle sacado el mismo
día a las doce de la noche, criminalmente amarrado,
en un coche lleno de guardia civil, conducido por un embozado
hasta los ojos que resultó ser el somatén
Rogelio Martínez; de haberlo llevado entre
dos coches más -conducido uno por el otro somatén
Enrique Cangas– llenos también de guardias
civiles, hasta La Felguera. De haberle puesto los cañones
de los fusiles al pecho en distintas ocasiones durante
el trayecto; de haber permitido que en el cuartel
de la Guardia Civil de La Felguera le insultase y tratase
de interrogar Enrique Cangas; de haberle pegado un puñetazo
el propio Doval estando amarrado por haber negado autoridad
a Cangas para interrogar, y responder con energía
y dignidad a los insultos; de haber dado orden a un
guardia civil para que con la amenaza constante del fusil,
no le permitiese sentarse ni arrimarse a ningún
sitio, ni siquiera satisfacer la imperiosa necesidad natural
de orinar. De haberle tenido en esta situación
hasta las seis de la mañana.
De
hacer que por la misma crueldad se haya puesto enfermo,
cayendo al suelo, Eladio Fanjul, también detenido
en aquella localidad. De haber llevado con dos pistolas
puestas a la cabeza por la vía del Ferrocarril
de Langreo a Francisco Díaz, también
detenido allí, hasta casa de Agapito González
para sorprenderlo con engaños. De haber tenido
en el cuartel de Los Campos después a Agapito González,
Eladio Fanjul, Francisco Díaz, Amalio Sarabia,
Ceferino Fernández y Segundo Blanco siete días.
De haberles hecho las más terribles amenazas, metiéndoles
a muchos de ellos en las cuadras entre los caballos; de
dar orden a los esbirros para no dejarles sentarse ni
pasear, tenerles amarrados día y noche constantemente.
De tenerles tres días enteros sin comer para
que “cantasen”; de no permitirles lavarse ni
clase alguna de aseo; de atormentarles constantemente
con las más terribles amenazas y de negar a las
familias, por añadidura, que estuviesen en el cuartel.
De
que sus esbirros han matado en la estación de Malvedo
del Puerto de Pajares a Ramón Hernández
Vera, con el pretexto de intento de fuga, cuando por las
fotografías pudo comprobarse que murió amarrado
y por herida producida de frente. De haber hecho que por
los malos tratos enloqueciese Ceferino Fernández,
que aún está en el Manicomio de Oviedo,
y que su joven compañera se hubiera muerto al conocer
tanta desgracia, dejando en desamparo al reciente fruto
de sus amores.
Y
digo que no hago esto público ahora porque la revolución
haya triunfado, sino que lo he dicho a tiempo ante el
capitán general de Madrid, señor Ardanaz,
durante
sus visitas a la cárcel de Madrid, donde estaban
las víctimas de Doval, encartadas por su obra y
gracia en el proceso llamado del “Puente de Vallecas”;
que el expediente hecho por mis actuaciones tuvo efectividad
a los 28 meses en que un nuevo juez que no era instrumento
de Doval, como lo había sido el otro, le hizo declarar
a él a la fuerza, y que de por grado se resistía,
y careó conmigo a los esbirros de Doval que habían
obedecido sus órdenes. Y digo también que
a los 28 meses una comisión de médicos militares
pudo comprobar en mis muñecas huellas producidas
por las cadenas que tuve puestas durante los siete días.
Y
también digo que pudiera relatar tantos crímenes
del capitán Doval que haría esto interminable,
puesto que hay materia para todo un libro, pero que si
bien no lo hago, afirmo categóricamente que con
otros más desgraciados que los aquí citados
ha hecho cosas aún peores.
Y
nada más, Gijón, que sabe mucho de Doval,
ahí tiene unos botones más de muestra. Y
sepa también, que si molestó a los patronos,
como dice en su escrito, no fue para actos de caridad,
sino para pagar los servicios de tanto soplón,
de tanto confidente, como él ha hecho en Gijón,
para cometer toda clase de felonías. Esa es la
realidad.
Muchas
gracias, señor director, y sabe que de usted atento
y s.s.
Segundo Blanco. Gijón, 28-4-31.
Segundo
Blanco, dirigente de la C.N.T. asturiana. (Archivo Ayalga)
Segundo
Blanco. Fue uno de los líderes más importantes
de la CNT en Asturias. Nacido en Gijón en 1899,
albañil, durante la dictadura de Primo de Rivera
fue el encargado de mantener la estructura organizativa
de la CNT de Asturias en la clandestinidad. Estuvo en
prisión en 1926, en 1931 y en 1934. Al iniciarse
la sublevación militar en Julio de 1936, presidió
el Comité de Guerra formado en Gijón. Más
tarde, se encargo de la Consejería de Industria
del Consejo Gobierno de Asturias y León, y pasó
a formar parte de la Comisión de Guerra al declararse
dicho Consejo “Soberano”. Al derrumbarse el
frente Norte, consiguió llegar a Francia y pasar
a Cataluña. Desempeñó en el Comité
Nacional de la CNT el cargo de secretario de Defensa y,
en Abril de 1938, pasó a formar parte del gobierno
presidido por Negrín como ministro de Instrucción
y Sanidad Pública. Al final de la guerra se exilió
en la ciudad francesa de Orleans y, más tarde,
consiguió pasar a México, donde murió
en 1957.
Francisco
Díaz. Aparecen dos personas con ese mismo nombre
y, a lo peor, no se trata de ninguna de las dos: Francisco
Díaz Ardisana, vecino de La Felguera, de 51 años,
soltero y ebanista de profesión, que fue condenado
en Gijón a 20 años de prisión acusado
de pertenecer a FAI, esconder armas de las de la Revolución
del 34 y presidir un sindicato. Francisco Díaz
Alvarez, natural de Cenero, Gijón, y vecino de
Pruvia, en Llanera, de 52 años, casado, labrador
e industrial, que fue condenado a pena de muerte en consejo
de guerra celebrado en Gijón y fusilado el día
10 de Enero de 1938.
Carta
enviada a “El Noroeste” por el abogado gijonés
Mariano Merediz.
“Por mi profesión, conozco muchos casos
en que el capitán Doval maltrató y ordenó
maltratar a varios desgraciados que fueron detenidos por
las fuerzas a sus órdenes. Comprendí, con
harto sentimiento por mi parte, que aquel capitán
se había impuesto a los mismos jueces, los
cuales, olvidándose que se trataba de un agente
de la policía judicial, parecían subordinados
suyos, y llegaban, como en el caso que voy a referir,
a pedirle “palabra de honor” de que no maltrataría
a los que habían sido puestos en libertad por orden
judicial, a los cuales volvía a detener la Guardia
Civil y tenían durante varios días en el
cuartel de Los Campos. Llegó a tanto la omnipotencia
del capitán Doval, que éste se asombró
cuando uno de los jueces que hoy actúan en Gijón
lo colocó, como vulgarmente se dice, en su sitio,
y le advirtió que la policía judicial actuaba
única y exclusivamente a las órdenes del
juzgado.
Quiero
contar la persecución sufrida por Severino Camín.
Este hombre, labrador, llevaba en arriendo una casería
en la parroquia de Caldones, de la que fue desahuciado,
pidiendo ante el Juzgado las mejoras que creía
le correspondían, efectuadas en la hacienda por
él trabajada. Cuando fue lanzado de las fincas,
compró en Gijón el establecimiento de bebidas
denominado “La Habana”, y en él fue sorprendido
un día por la presencia de la guardia civil, que
lo llevó ante el capitán Doval, el cual
acusándole de haber cortado unos árboles
-cosa que por fortuna pudo comprobarse que no era cierta-
le pegó él, personalmente, varios puñetazos,
dejándole en poder de los guardias, a los cuales
ordenó: “Duro, correa en él”.
Pasó Camín al Juzgado, y el entonces juez
de Oriente, don Adolfo García, lo puso en libertad
por no existir nada contra él.
A
los pocos días, nuevamente fue conducido Severino
Camín al cuartel de Los Campos y allí, encerrado
en la cuadra de los caballos, de la cual y por indicación
de un buen guardia civil escapó, porque lo iban
a maltratar. Camín pudo quitar la tranca del
portón y salir corriendo a la calle, atravesando
los jardinillos de la calle Uría y Carretera de
Villaviciosa, que estaban entonces en construcción,
arrancando en su precipitada huida los cordeles que servían
para el trazado de los mismos. Llegó a la plaza
de San Miguel, número 2, donde entonces tenía
yo el despacho. La situación de aquel hombre era
tal, que me costó gran trabajo convencerle de que
nada le pasaría. Su única preocupación
era que se le escondiese, cosa que se hizo, trasladándolo
a la casa del amigo periodista, señor Prieto, yendo
yo a ver al juez, señor Adolfo García,
el cual con su bondad y su blandura características
prometió hablar con Doval, a fin de que no pegase
a Camín. Naturalmente que yo ya conocía
cómo era Doval -sabía de muchos y muy vergonzosos
casos de maltratos- aconsejé que siguiese Camín
escondido, como se realizó hasta cinco días
después, en que ante mis argumentos, el juez, desde
el hotel Malet, llamó por teléfono a Doval
y le dijo que “si le daba palabra de honor de que
no maltrataría a Camín que se lo llevaría
el alguacil al cuartel”, y ante la promesa de Doval,
fue al día siguiente Camín y en presencia
del alguacil, por desgracia hoy muerto -murió hace
unos días- el capitán amenazó al
desgraciado Camín, víctima de la iracundia
de quien ahora quiere aparecer como pacífico cumplidor
de su deber; pero hay que reconocer que en esa ocasión
no le pegó.
A
los pocos días, fue nuevamente detenido Severino
Camín, y llevado a la presencia de Doval, el cual
en su despacho, y ante Marcos, administrador de fincas
de Caldones, lo abofeteó hasta cubrirle la cara
de sangre, obligándole a que limpiase la sangre
del suelo, cosa que no podía hacer el desventurado
Camín por estar esposado. Entonces, Doval llamó
al guardia Constantón, el cual, so pretexto de
que las esposas estaban flojas, le llevó en unión
de otros cuatro guardias a una cocina desamueblada, donde
el dicho Constantón le pegó dos fuertes
puñetazos en el pecho -magnífica hazaña
pegar a un hombre amarrado- y cuando Severino Camín
se tambaleaba, otro guardia, grueso, que Camín
ignora cómo se llama pero a quien conoce, le pegó
un fuerte patada que le lanzó al suelo, donde el
Constantón le pisoteó y poniéndose
sobre él le decía: “De aquí
a Ceares” (nombre del cementerio), perdiendo entonces
Camín el sentido, que recobró porque
en su sadismo los verdugos metieron la cabeza de la víctima
en el albañal, a fin de que el agua le hiciera
recobrar la noción de vida, friccionándolo
con alcohol, y cuando ya estuvo algo repuesto, volvieron
a abofetearlo hasta el punto que otro guardia, que entonces
entró, protestó de aquellos malos tratos,
lo que impidió que siguiesen maltratándole.
En
el cuartel estuvo Camín, en esta ocasión
cuatro días, no permitiéndosele tomar ningún
alimento, como no fuese agua, devolviendo a su hija
la comida que todos los días le llevaba por la
mañana y por la noche. Durante estos cuatro días,
estuvo amarrado de pies y manos. Fue puesto en libertad,
sin que el juez le tomase declaración.
Todas
estas notas fueron tomadas por mí en la época
en que los hechos ocurrieron. Ayer estuvo en mi despacho
el propio Severino Camín y me suplicó se
hicieran públicas, para poner en evidencia a quien
afirma por su honor no haber maltratado a nadie.
Tengo
el encargo de formular querella contra don Lisardo Doval
y si éste no hubiera publicado su carta, nunca
hubiese accedido a que se publicasen estas notas de los
maltratos de Severino Camín, que es sólo
“un botón de muestra”. Existe mucho
más y aún peores que esta narración
que yo hago, de la que respondo, porque vi a la pobre
víctima siempre, cuando salía del cuartel,
o a los pocos instantes.
En
cuanto a que Doval molestó a diversos patronos
para colocar obreros, no creo, porque como muy bien dice
Segundo Blanco, el número de confidentes y soplones
era grande en Gijón, entre los obreros, y en
su afán policíaco, llegó a intentar
introducir en mi despacho un espía, hijo de
quien le servía de confidente y quien él
colocó, por cierto tan bien, que después
de la Dictadura no fue posible echarlo a pesar de que
desde su omnipotencia, como amigo predilecto de Doval,
faltó al respeto a sus superiores.
Sin
embargo, LA JUSTICIA llega y en esta hora todos, todos,
tenemos la obligación de aportar nuestro esfuerzo
para conseguir que se depuren estas monstruosidades, que
no alarmaban a esas gentes llamadas de orden, de esa Patronal
que le regaló un automóvil al capitán
Doval.”
Firmado.-
Mariano Merediz
Mariano
Merediz. Destacado dirigente del partido de Melquíades
Alvarez y probablemente afiliado a la Masonería.
En las elecciones de Febrero de 1936, formó parte
de la “Candidatura Contrarrevolucionaria” que
agrupaba a las derechas en Asturias. Pese a obtener más
votos, no salió diputado por ir en la sexta plaza.
Al iniciarse la guerra, fue detenido y, días más
tarde, fusilado en la “saca” ilegal de presos
que se hizo en la iglesia de San José, habilitada
como prisión provisional, el viernes 14 de Agosto
de 1936, después de que la aviación nacionalista
bombardease la ciudad causando un elevado número
de víctimas civiles.
Severino
Camín. Natural y vecino de Caldones, Gijón,
de 64 años, casado, labrador, fue declarado en
rebeldía por el auditor de guerra en Mayo de 1938.
Hecho prisionero, fue condenado a 12 años de prisión
en un consejo de guerra celebrado en Oviedo en Enero de
1940.
Prieto.
Se trata, sin ningún género de dudas, del
periodista Eduardo Prieto Menéndez, nacido en Gijón
en 1896, casado y con seis hijos. Durante la guerra estuvo
como capitán habilitado en un destino de retaguardia,
en Infiesto. Renunció a intentar la huida por mar
a Francia y permaneció en su domicilio, junto con
su familia, a la entrada de los nacionales. Le fue a detener
una patrulla de falangistas de la “Bandera de Santander”
y fue conducido a la cheka de Falange en la calle Corrida.
Fue torturado y asesinado en el típico “paseo”
el 28 de Octubre de 1937.
Carta
publicada en “El Noroeste” por el abogado gijonés
de Dionisio Morán Cifuentes.
“Parador
Nacional de Gredos. 1 de Mayo de 1931.
Señor
Alcalde Presidente del Ilustre Ayuntamiento de Gijón.
Mi querido amigo y compañero. Leo en la prensa
gijonesa una carta que a usted dirige el capitán
de la Guardia Civil don Lisardo Doval, en la que tras
ensalzar sus propios méritos y hacer un canto a
la labor realizada durante la época de su “virreynato”
en nuestra villa, se lamenta del poco aprecio que hacemos
de su ejemplar conducta y califica de despreciables a
las gentes que lo combaten empleando, según él,
ruines procedimientos.
Habiendo
sido yo el autor responsable y consciente de la proposición
que interesaba del Ayuntamiento el inmediato traslado
del capitán Doval, es a mí a quien corresponde
arrostrar las consecuencias de una inmediata justificación.
De
una manera escueta y sin perjuicio de más amplias
referencias, quiero dar por medio de esta carta también
testimonio de algunas intervenciones en las que el citado
capitán, o sus subordinados, rebasaron de una
manera patente el límite de actuación que
se les atribuye por las Ordenanzas de su Instituto.
Y a fin de no incurrir en ligereza, me limitaré
al relato de aquellos hechos de los que tuve conocimiento
directo en virtud de denuncias de los propios interesados,
que buscaban en mí apoyo o consejo profesional.
Sin
más motivo que cierta amistad con un individuo
inculpado por varios delitos de estafa, fue detenida una
joven gijonesa cuyo nombre no hace, naturalmente, en esta
ocasión al caso. Toda una noche se la retuvo en
el cuartel de Los Campos y las esposas sujetaron sus muñecas
ante la posibilidad de una evasión. Como abogado
de la citada joven, visité en su cuartel al capitán
Doval, al que expuse mi convicción de la inocencia
patente de mi defendida. Fui recibido con la más
exquisita amabilidad, es justo consignarlo, pero mis argumentos
se estrellaron ante la contundente afirmación del
señor Doval sosteniendo que él sabía
era culpable la detenida. Si la memoria no me traiciona,
transcurrieron tres días antes de que se pasase
al juez competente el correspondiente atestado. La audiencia
absolvió a la inculpada reconociendo su inocencia.
Con
motivo de un robo realizado en los alrededores de Gijón,
fue detenido un obrero. Una vez en la cárcel, me
dirigió una carta, que conservo, en la que habla
de martirios sufridos en el cuartel de la Guardia Civil
y anuncia el propósito de poner fin a una vida
tan poco respetada. En entrevista celebrada en la cárcel
con dicho recluso, me confirmó sus manifestaciones
y, al poco tiempo, epilogaba tristemente su dolor abriéndose
las venas. La muerte daba un tinte de verdad a su denuncia.
En
virtud de desavenencias conyugales fue llamado al cuartel
de Los Campos un ex empleado público. En acta
levantada en mi despacho y autorizada con su firma se
hace constar que tras permanecer detenido toda la noche,
fue maltratado de obra y libertado a la mañana,
no sin antes advertirle que de manifestar a alguien lo
ocurrido volvería a ser objeto de igual trato,
aunque aplicado en más enérgica dosis.
Un
conocido industrial gijonés pasó toda una
noche recluido en las oficinas del señor Doval,
sin que se le permitiera alimentación ni descanso,
no obstante su delicado estado de salud. Las causas que
fundamentaron tan radical medida fueron motivos ínfimos
de orden familiar en los que la sola intervención
de una autoridad, excepto la judicial, y esto previa la
correspondiente querella, supone una vejación incalificable
y, desde luego, una injustificable extralimitación
de funciones.
En
juicio de faltas seguido por el Juzgado municipal de Oriente,
de Gijón, contra don Lisardo Doval, fue éste
condenado al pago de una multa. El secretario judicial
correspondiente, en el desempeño de una función
sagrada, se personó en el cuartel de Los Campos
para notificar al interesado la sentencia. Un asistente
del señor Doval desacató la representación
de la Justicia negándose a firmar la notificación,
insultando al secretario y amenazando agredirle. A los
pocos días, escarnio intolerable, se procesaba
al aludido funcionario porque según las declaraciones
de los guardias a las órdenes del señor
Doval, había aquel penetrado en el cuartel, allanándolo
y poco menos que sembrando el pánico entre sus
ocupantes.
Con
motivo de los sucesos de Diciembre, fue llamado a declarar
ante el señor juez instructor de la causa un muchacho,
casi un niño, el cual fue puesto en libertad
por no aparecer contra él cargo alguno. No obstante
esto, sin que precediera orden de detención, la
Guardia Civil le condujo a su cuartel, en el que permaneció
dos días, impidiendo a sus padres no sólo
el visitarle, sino hacer llegar al menor algún
alimento. Fue necesario el que yo denunciase el hecho
al señor juez especial para que éste reclamara
por teléfono al señor Doval la inmediata
entrega del detenido.
No
es preciso seguir. En breve regresaré a Gijón
y mostraré a quien deba, al propio señor
Doval si así lo quiere, la prueba, algunas veces
documental, de estos hechos y otros análogos. Yo
no dudo que la conciencia del señor Doval se sienta
plena de satisfacción por lo que él estima
haber logrado en el cumplimiento de sus funciones, pero
la nuestra, al servicio de una profesión que debe
atacar todo atropello aunque aparezca encubierto tras
el prestigio de la ley, se envanece de no haber callado
nunca, aún en aquellos tiempos, no tan distantes
para olvidados, en que la fuerza imperaba sobre el derecho
y el temor amordazaba justas indignaciones.
Firmado.-
D. Morán Cifuentes.
Dionisio
Morán Cifuentes. Nació en Gijón
el día 4 de Octubre de 1900. Casi adolescente,
partió para Estados Unidos, donde permaneció
una corta temporada realizando estudios comerciales y
aprendiendo el idioma. Estuvo en Cuba, donde pretendió
iniciarse en la actividad comercial, pero regresó
a Gijón al poco tiempo. Estudió Derecho
en Oviedo y se doctoró en 1925 en Madrid. De nuevo
en Gijón, se dedicó a su profesión,
participando también en la política dentro
de las filas melquiadistas. Se casó en 1933 y pasó
a militar en las filas de Izquierda Republicana, siendo
su presidente en Gijón, pero como consecuencia
de la Revolución de Octubre de 1934 abandonó
toda actividad política.
Durante
la guerra, defendió con éxito ante el Tribunal
Popular a numerosos acusados derechistas, mereciendo en
la prensa el público reconocimiento y recibiendo
el apelativo de “abogado de la República”.
Las autoridades republicanas le ofrecieron varios cargos,
entre ellos el de comandante auditor y fiscal general,
pero no los aceptó. Pese a todo ello, fue sometido,
junto con el también abogado defensor ante los
tribunales populares, Saturnino Escobedo, a consejo de
guerra. Se celebró este consejo de guerra en Gijón
el día 28 de Marzo de 1938 y aunque, finalmente,
fueron absueltos, se nota que no lo fueron de muy buena
gana, pues el auditor, a la hora de aprobar la sentencia
lo hace con una serie de consideraciones que viene a suponer
para los dos encartados la inhabilitación para
toda función pública, la posible incautación
de bienes y su pase a disposición del “Excmo.
Sr. General Gobernador Militar de Asturias en concepto
de detenidos”. Dionisio Morán Cifuentes murió
en Barcelona en 1955.
Carta del obrero Enrique Martínez Rivas publicada
en “El Noroeste”.
Señor director de El Noroeste.
Muy señor mío. Ruégole dé
cabida en el periódico de su digna dirección
a las cuartillas que adjunto le remito, para que Gijón
vea que existe otra víctima más del capitán
Doval y de los esbirros a sus órdenes.
Confiando en su caballerosidad, tratándose de hacer
justicia, me reitero de usted seguro servidor q. e. s.
m.
Enrique Martínez Rivas, obrero de la plantilla
de la Patronal de El Musel.- Gijón, 1 de Mayo de
1931.
El 18 de Mayo de 1928 se me acercaron dos hombres en la
calle Corrida, y con frases despóticas me hicieron
seguirles. Me condujeron al cuartel de la Guardia Civil.
En presencia del capitán Doval, me pregunta éste:
-¿Dónde vio usted a uno que se llama Hermógenes?
-No sé nada de Hermógenes, hace tres años
que no sé nada de él.
-¿Con que no sabe, eh? Pues para que vaya haciendo
memoria, ¡toma!
Y me dio tres puñetazos en el vientre. Después
me llevaron a una habitación donde me tuvieron
32 horas sin comer ni beber. A las diez de la noche vino
el teniente Pablo y me acometió a patadas y puñetazos.
Además, me esposó y me apretó cruelmente
las esposas hasta hundírmelas en las muñecas.
No se fue sin ordenar a un guardia que me vigilase toda
la noche, que me tuviese siempre de pie y sin moverme,
con el rostro pegado a la pared y un papel de fumar en
las ventanas de las narices. El guardia, hombre compasivo,
me permitió sentarme cuando advirtió que
me iba a caer desmayado. Al día siguiente me pusieron
en libertad, y como estaría de desfigurado por
los golpes, que al llegar a mi casa, mi compañera
no me conoció. Entonces me enteré de que
aquella maldita noche habían estado dos guardias
civiles en mi casa, en la que habían entrado haciendo
ceder la puerta a patadas, con el natural susto de mi
compañera, que estaba sola.
El
guardia llamado Constantón registró como
le dio la gana y se llevó algunos instrumentos
de trabajo que aún no me han devuelto, aunque sí
dijeron “que fuese a por ellos”. Quise dar conocimiento
al gobernador civil de lo que me habían hecho,
y cuando me disponía a tomar el tren para Oviedo,
me detienen en la estación y me vuelven a llevar
al cuartel.
Otra
vez me acometieron a puñetazos en el vientre y
otra vez me tuvieron otras 29 horas sin comer. ¡Y
no estaba acusado de ningún delito y se me atropellaba,
vejaba y maltrataba de manera tan cruel porque no sabía
decir dónde estaba un hombre del que hacía
tres años que no tenía referencias!
¡Viva
la República que nos ha venido a redimir de estas
tiranías!
Pero la República debe hacer justicia.
Carta
firmada por Manuel Pérez-Conde Malet y Tomás
Guerra Valdés publicada en “El Noroeste”.
Señor
Alcalde-Presidente del Ilustre Ayuntamiento de Gijón.
Distinguido
señor nuestro: No hemos tenido antes de hoy conocimiento
del texto íntegro de la carta que al abandonar
esa ciudad por su traslado al pueblo de Valdemoro, de
esta provincia, como instructor en el Colegio de Guardias
Jóvenes, dirigió a usted el que, hasta hace
días, fue capitán de la Guardia Civil de
esa demarcación, don Lisardo Doval y Bravo.
Nada
más natural que sus protestas de magnanimidad,
ecuanimidad y de amor al prójimo, aunque de notoria
candidez, por ser precisamente al genuino representante
del pueblo de Gijón a quien dirigida iba la carta
que, redactada, por lo demás, en términos
de relativa mesura, aunque sofística desde el principio
hasta el fin, no hubiera provocado de esta manera réplica
de no dejar flotar cierta reticencia para los autores
de las denuncias contra su actuación, entre los
que tenemos el honor de encontrarnos en lugar preeminente.
Fueron dos estas denuncias: una ante los tribunales de
justicia, que ganada por nosotros la competencia de jurisdicción,
fue resuelta por la ordinaria de Gijón condenando
al capitán Doval y Bravo a multa y costas judiciales;
la otra, la presentada ante el jefe de Gobierno de aquel
entonces, en la que se refieren hechos concretos que afectan
a personas de reconocida solvencia y mediante los testimonios
de las mismas; testimonios que obran en nuestro poder.
Encamina
el señor Doval su vasto escrito a la justificación
de su gestión “meritísima”, lamentándose
de no haber sido mejor comprendido, para haber sido quizá
estimado. Pero es tan pequeña la fortuna que en
la ocasión presente le acompaña, que seguros
estamos de que sus argumentos han de ballestear contra
el propio lanzador. Echando una mirada al pasado, declara
que fue a Gijón animado de entusiasmo y buena fe
a laborar intensamente por el bien público, manteniendo
la autoridad como principio y cumplimiento de la Ley.
¿Por
la autoridad como principio y por el cumplimiento de la
Ley?… El señor Doval y Bravo confunde lastimosamente
el orden con la tiranía organizada, la autoridad
con el exceso, la ley con la arbitrariedad.
Nuestra
concepción de la Ley es muy otra, sin duda alguna.
No estimamos como actos ajustados a la Ley el que un capitán
de la Guardia Civil intervenga en asuntos íntimos
de familias; en desavenencias conyugales; en cuestiones
mercantiles; practique caprichosos registros domiciliarios
y arbitrarias detenciones; formule interrogatorios y en
la lobreguez de una mazmorra obtenga “espontáneamente”,
“libérrimamente”, las declaraciones que
su imaginación forjara; maltrate de palabra y de
obra a los ciudadanos; levante atestados a mamporros y
vergajazos, y desobedezca órdenes de los jueces,
sus superiores, ya que legalmente son considerados como
oficiales del poder judicial.
Un general famoso, ex director de Seguridad, “no
entiende de leyes”; el señor Doval acaso entienda;
pero lo que es comprenderlas, no las comprende. ¿Está
claro?
Agrega
el señor Doval que si en los años que lleva
prestando servicio en Asturias hubiera empleado tales
procedimientos de violencia, hubieran merecido severa
sanción sus desafueros. El razonamiento es pueril
en extremo. No sabemos ciertamente si el señor
Doval fue reprendido o no; pero lo que sí sabemos
(quizá su modestia haya omitido tal detalle) es
que ha sido agraciado con determinada Cruz en épocas
de Primo de Rivera-Martínez Anido, y hasta creemos
recordar que como premio por el “descubrimiento”
de cierto novelable complot llamado de “Vallecas”,
a cuyo consejo de guerra, de indeleble recuerdo, tuvimos
ocasión de asistir.
Perseguidos,
maltratados y hasta fusilados algunos en la ominosa etapa
de las dictaduras, lo fueron militares insignes como Weyler,
Aguilera, Cabanellas, Queipo de Llano, López Ochoa,
García (don Segundo), Cueto, Franco, Galán
y García Hernández; ilustres figuras de
la Magistratura con don Buenaventura Muñoz, don
José Prendes Pando y otros; hombres eminentes como
Sánchez Guerra, Ossorio, Alba, Barriobero, Alcalá
Zamora, Galarza, Maura, De los Ríos, Azaña,
Albornoz, Prieto (don Indalecio, declarado “gente
¡¡maleante!!” por la policía de
Bilbao), etc., etc.; sabios catedráticos como Unamuno,
Ortega y Gasset, Sánchez Román, Jiménez
de Asúa y muchos más que sería prolijo
enumerar.
¿Quiénes
fueron, por el contrario, los halagados y los recompensados?
Pues individuos a lo Calvo Sotelo, Ponte, Callejo, Bermejillo,
y, siguen las firmas, que piden también “una
voce dicentes” se les juzgue para que resplandezcan
sus varias virtudes, pero que, algunos de ellos -por si
acaso- trotan veloces rostro al extranjero; militares
tipo Marzo y Mola, y otros de tanta y distinta jerarquía;
jueces prevaricadores, premiados por sus “servicios”
con gobiernos civiles… ¡Para qué seguir!
¿Puede,
pues, considerarse como argumento en pro el hecho de no
haber sido castigado y -no pretendemos restar merecimientos-
el de haber sido, incluso, recompensado? Evidentemente,
no; consideramos, por el contrario, la circunstancia como
hija legítima de un sometimiento y de un acoplamiento
al abominable régimen dictatorial.
El
procesamiento no implica sanción, como parece entender
el señor Doval. El procesamiento nada prejuzga
y es lo menos que puede pedirse para el funcionario público
acusado de extralimitaciones por toda una gran masa de
opinión.
Y
puesto que el propio señor Doval solicita se abra
una amplia información, creemos que ese ilustre
Ayuntamiento de su acertada presidencia, deferente para
con el peticionario, debe solicitar de la superioridad,
hasta conseguirlo, la autorización para la práctica
de la pública información, manifestando,
a la vez, de manera expresa y difusa a todos los ciudadanos
del concejo -de cuyo civismo tantas pruebas han dado-,
que la deposición de los hechos será asistida
de la más invulnerable garantía.
Niega
el señor Doval hayan tenido carácter de
expediente dos informaciones cuyas diligencias -dice-
“fueron archivadas (ya se desarchivarán) al
comprobarse la tendenciosa falsedad de los escritos”,
y hasta insinúa (ello motiva esta carta) la conveniencia
de no resucitarlo de nuevo “por bien -agrega- de
los mismos denunciantes”.
No
pretendemos entrar en disquisiciones en cuanto al extremo
de mera nomenclatura, que nada modifica el fondo de la
cuestión; no así en lo referente a las “razones”
por las cuales pretende demostrar fueron archivadas las
denuncias mencionadas. Llega el señor Doval a esa
conclusión por métodos inductivos, y no
tendrán menor base quienes admitan, en ese archivo
de documentos, otra recompensa, muy en consonancia con
los procedimientos del régimen caído, vista
la importancia y gravedad de las acusaciones.
Concedemos
al señor Doval los elogios que de sus “elevadísimos
sentimientos” puedan hacer determinadas clases patronales,
ya que no ignoramos las gestiones que, tanto de carácter
personal como epistolares, se llevaron a cabo por los
pasados meses de Diciembre y Enero, vedándonos
un elemental deber de discreción, el reproducir
párrafos de determinadas cartas enviadas al general
Sanjurjo. Pero no es, en verdad, la clase patronal -con
ser muy respetable- quien haya de informar sobre las denuncias
por atropellos a la clase obrera, sino ésta, no
menos respetable que aquélla.
Por
lo demás, nos resta lamentar no hayan sido cumplidos
los vaticinios que el señor Doval anunciaba en
una auto-interviú publicada y comentada por un
diario de esa localidad a fines del pasado verano.
Rogando
a usted sepa perdonar la molestia que ésta pueda
originarle, y suplicándole encarecidamente ordene
la lectura de la misma en la primera sesión de
esa Corporación municipal de su digna presidencia,
significándole nuestro agradecimiento, reiterándonos
suyos afectísimos ss. ss. q. e. s. m.
Firmado.-
Manuel Pérez-Conde Malet, Tomás Guerra Valdés.
Madrid, 30 de Abril de 1931.
Manuel
Pérez-Conde Malet
Tomás
Guerra Valdés
Carta
de Jerónimo Riera, obrero de La Felguera, publicada
en “El Noroeste”.
Aunque
la carta del compañero Segundo Blanco dice lo suficiente
para apreciar el trato que el capitán Doval daba
a los presos que tenían la desgracia de caer en
sus manos, un deber de conciencia nos obliga a exponer
lo sucedido a los que nombraremos en este escrito.
Como
el citado capitán sorprendió a todo el mundo
con una carta suya publicada en los periódicos
y en la que quiere aparecer como persona de sentimientos
nobles, callar nosotros sería dar la razón
a quien hizo del sufrimiento de los demás una norma.
Hemos
de hacer constar que a nosotros no se nos presentó
el capitán Doval en los hechos que relataremos,
sino el teniente Rubio, que operaba a sus órdenes.
En
Mayo de 1928 fuimos detenidos a altas horas de la noche
los compañeros José Antuña, José
Pueyo, Pedro Martín, Francisco Díaz y yo.
No comprendimos, por el momento, el objeto de estas detenciones.
Por esa fecha no había conflictos que justificasen
una represión gubernativa. Esposados fuertemente,
fuimos sacados del cuartel de la Guardia Civil de La Felguera
y trasladados a Gijón en automóvil. Nos
bajaron en el cuartel de Los Campos; se nos metió
en una habitación y se nos colocó mirando
para la pared, sin poder hablar ni mirar para atrás;
y en esta posición se nos tuvo hasta el siguiente
día, que se nos despachó en el tren para
Madrid.
En
el cuartel de Gijón fue amenazado el compañero
Francisco Díaz por el teniente Rubio, por haber
contestado aquél a un insulto de éste.
Cuando
bajamos del tren en Madrid, se nos metió en una
camioneta cerrada sin permitirnos hablar. Como no se nos
dejaba mirar hacia fuera, no sabíamos a dónde
nos conducían. Más tarde pudimos enterarnos
que se nos llevó a un cuartel de la Guardia Civil
en la Ciudad Lineal. Aquí, nos metieron en un patio,
y como en Gijón, nos colocaron mirando para
la pared, con guardias de vista, que tenían orden
de no dejarnos sentar ni hablar.
El
teniente Rubio ordeno que fuésemos llevados uno
a uno a la cuadra de los caballos. Allí pretendieron
arrancarnos declaraciones por los procedimientos que les
son peculiares. A cada palabra un insulto o una grosería.
No pudiendo sacarnos nada, nos dejaron vigilados por los
guardias de aquel puesto.
Se
dio la orden de que no se nos diese de comer. ¿Qué
declaración pretendían arrancarnos? ¿Qué
nos hiciésemos responsables de un atentado que
se trataba, según ellos, de cometer en la Exposición
de Barcelona? Por lo visto, se nos tomaba en rehenes para
que no sucediese nada en Barcelona a Primo de Rivera.
A
las 36 horas se nos dejó en libertad, recogiéndonos
el dinero que llevábamos, no dejándonos
sino el importe de los billetes de regreso. Ni siquiera
nos dejaron lo necesario para alimentarnos. El teniente
Rubio nos apretó en persona las esposas, de tal
manera, que si tardan en quitárnoslas dos horas
más, el compañero Pedro Martín hubiera
salido de allí para el hospital. Los tormentos
le hicieron desfallecer.
En
los sótanos del mismo cuartel había dos
compañeros que fueron peor tratados que nosotros.
Firmado.-
Jerónimo Riera.
Jerónimo
Riera. Es probable que se trate de Jerónimo
Riera Alvarez, natural y vecino de La Felguera, que tenía
42 años cuando fue fusilado en Oviedo el día
once de Mayo de 1938. Había intentado huir a Francia
por mar pero fue capturado y conducido campo de concentración
de Camposancos, donde fue identificado y trasladado a
Oviedo para someterlo a un consejo de guerra que le condenó
a pena de muerte.
José
Antuña. Si se tratase del mismo José
Antuña Fernández, natural y vecino de Langreo,
casado, chófer de profesión, presidente
de la asociación de obreros y empleados del Ayuntamiento
de Sama, donde trabajaba. Al ocupar totalmente Asturias
las tropas nacionalistas, habría consiguido evacuar
a Francia y pasar a Cataluña. Hecho prisionero,
en consejo de guerra celebrado en Oviedo el día
cinco de Noviembre de 1939 fue condenado a pena de muerte.
Tenía cincuenta años y fue fusilado el 16
de Abril de 1940.
José
Pueyo. Quizás se trate de José Fueyo
Pañeda, natural y vecino de La Felguera, metalúrgico,
de cuarenta y seis años, condenado a pena de muerte
en consejo de guerra celebrado en Oviedo el dos de Marzo
de 1938 y fusilado el día treinta de Mayo del mismo
año.
Pedro
Martín. Probablemente se trate de Pedro Martín
Martín, natural de Mancera de Abajo, Salamanca,
y vecino de La Felguera, casado y con dos hijos. Durante
la guerra, al frente de grupos de Langreo participó
en los ataques a los cuarteles de Gijón y formó
parte del Comité de Control de la Duro Felguera.
Capturado cuando huía a bordo del vapor “Gaviota”
al derrumbarse el Frente Norte, fue internado en el campo
de concentración de Camposancos. El día
nueve de Junio de 1938 fue sometido a un consejo de guerra
que le condenó a pena de muerte y fue fusilado
el día dos del mes siguiente. Tenía cuarenta
y cinco años.
Carta de Nicolás Fernández Busto, vecino
de La Calzada Alta, de Gijón, publicada en “El
Noroeste”.
Señor
director de “El Noroeste”.
Muy
señor mío: Puesto que el capitán
Doval dice en su carta que está dispuesto a ser
careado con los que le acusan de maltrato, yo estoy dispuesto
a sostener los siguiente:
El
28 de Junio de 1928 me detuvo la Guardia Civil de La Calzada
a causa de estar bebido. En este estado dije algo contra
el capitán Doval y, entonces, la ronda secreta
me llevó detenido a Los Campos. Era un domingo
a las cinco de la tarde. Me pusieron las esposas y
me las apretaron hasta hacerme reventar las muñecas.
Me las tuvieron puestas hasta el miércoles a las
nueve de la noche. Durante ese tiempo no me dejaron comer
nada, a pesar de que todos los días me mandaban
la comida de casa, que desde allí devolvían.
¡Setenta y seis horas sin comer!
Pasado
ese tiempo fui llevado a presencia de Doval, quien me
preguntó a qué partido político pertenecía.
Al socialista, le respondí. -Pues sígame
usted -contestó. Y me metió en una habitación
donde me entró a puñetazos. Me dio uno en
el cuello, otro en la cara, que evité con el brazo;
cambió de mano y me dio otro en el lado derecho
de la cara y, por último, me tiró al suelo.
En el suelo me pegó tres patadas en el vientre
y una en el ojo izquierdo. Creí morir y, entonces,
le supliqué por mi madre que no me pegase más.
-Póngase
de pie -me dijo. Pero como yo estaba sin energías
por la debilidad y los golpes, no puede hacerlo. Entonces
el me cogió por el pelo y me levantó. Me
mandó marchar y me amenazó con darme otra
paliza mayor si decía nada de lo que me había
hecho.
Yo
salí de allí para la Casa de Socorro, donde
me curaron el ojo y me desinfectaron las heridas causadas
en las muñecas por las esposas. A los seis meses
aún me puso una multa de 50 pesetas.
Hasta
ahora he callado por temor a que cumpliese sus amenazas,
pero ahora que nos ampara la República creo que
ha llegado el momento de la justicia.
Firmado.-
Nicolás Fernández Busto.
La Calzada Alta, 10 de Mayo de 1931.
Nicolás Fernández Busto, al derrumbarse
el Frente Norte fue hecho prisionero y sometido a consejo
de guerra, que se celebró en Gijón el diez
de Diciembre de 1937. Fue condenado a pena de muerte y
ejecutado el día veintinueve del mismo mes y año.
Tenía cincuenta y nueve años, estaba casado,
era natural de Pola de Allande y vecino de La Calzada
Alta. Pertenecía a la CNT.