En
los sistemas de terror todo el mundo es sospechoso y todo sospechoso
es encarcelable. Si a esto añadimos el creciente número
de prisioneros de guerra, se comprenderá que en la España
nacionalista un rosario de cárceles, prisiones provisionales,
depósitos y campos de concentración cubría
su territorio.
Sobre
la vida de los prisioneros en campos de concentración y
cárceles, todos los testimonios coinciden en estas características:
hambre, hacinamiento, ausencia de higiene, enfermedades, malos
tratos y arbitrariedad.
Del
hambre que pasaban los presos, baste decir que aquel preso que
no recibía paquetes de comida de su familia y dinero para
suministrarse en el economato de la prisión, lo más
probable era que se terminase muriendo. En muchas cárceles
y campos, los asturianos se hicieron famosos por sus “comunas”.
En esas “comunas” lo que cada uno recibía de
la familia era equitativamente repartido entre todos los demás
compañeros.
Según
informes del coronel jefe de la Inspección de Campos de
Concentración, las delegaciones y campos habían
ahorrado de la asignación para alimentos de los prisioneros
las siguientes cantidades:
Santander,
año 1937.
Septiembre:
281.292,15 pts.
Octubre:
252.328,55 pts.
Noviembre:
141.697.- pts.
Asturias,
año 1937.
Noviembre:
35.050,40 pts. (Con unas existencias de carne en conserva por
valor de 98.000.- pts.)
Campo
de Concentración de San Marcos, León, año
1937.
De
Octubre a Diciembre: 101.445,75 pts.
Total
ahorrado en los campos dependientes de la Inspección:
1.002.843,66 pts. de economías.
Dado
en Burgos, el 31 de Diciembre de 1937 por el comandante de Intendencia.
VºBº el coronel Inspector. Conforme del Comisario de
Guerra. Esta cantidad se reintegra al Tesoro]
El
hacinamiento era extremo. Todas las personas con las que hablé
coinciden en la misma frase: “como sardinas en lata”.
En las celdas de la cárcel de El Coto, de unos dos por
tres metros, estaban catorce presos, y en las aglomeraciones,
todos los días se calculaba en centímetros el ancho
que podía ocupar cada preso.
La
falta de higiene era total: nada de duchas, solamente unos
retretes precarios, incapaces de sumir los detritus de aquella
masa humana; a veces, simples baldes que se retiraban una vez
al día. Plagas de chinches y piojos. El agua escaseaba
o llegaba a faltar totalmente. Su potabilidad era siempre más
que dudosa. En muchos casos, para empeorar las condiciones, se
daba la orden de que las ventanas permaneciesen cerradas y el
aire se hacía irrespirable.
El
hambre debilita las defensas del organismo humano. La ausencia
de higiene provoca brotes epidémicos y el hacinamiento
y la ausencia de ventilación favorecen el contagio.
Hubo
cárceles y campos de concentración en los que los
presos morían como moscas. No sé si habrían
planificado la eliminación de presos creando las condiciones
precisas para que enfermasen y se muriesen. Lo cierto es que
las condiciones de vida de los presos en las cárceles,
en los campos de concentración y en los batallones de trabajadores
dependían, sobre todo, del director o mando superior de
los mismos, también del capellán y, en menor medida,
de jefes y guardianes. El director de una cárcel o el jefe
de un campo de concentración podían permitir o no
que se robase, que se estraperlase con el presupuesto y con la
comida de los presos; podía imponer un régimen severo
y vengativo, u otro que beneficiase a los presos. Por eso en unos
sitios se comía mejor y en otros se morían de hambre;
en unos, las palizas eran frecuentes, y en otros, excepcionales.
Las
enfermedades fueron para muchos presos otras condenas de muerte
de las que, como si de una cruel repesca se tratase, no se pudieron
librar. Siempre rondó la muerte en las prisiones, siempre
el temor a los ruidos nocturnos, a que cualquier traslado pudiera
terminar en una cuneta o en la pared de cualquier cementerio.
Si la mortandad en las cárceles fue siempre muy elevada,
en el año 1941 y en algunas prisiones en particular
alcanzó cotas de exterminio.
En
Abril de 1937, las autoridades franquistas aprobaron una ley que
reconocía el derecho al trabajo de los prisioneros de guerra
y presos políticos. Se les pagaba dos pesetas diarias,
de las que se les retenía una con cincuenta céntimos;
si estaba casado legalmente y la familia residía en la
zona nacionalista, se le entregaba a la mujer dos pesetas diarias
y otra peseta más por cada hijo menor de quince años.
En
Julio de ese mismo año se creó la Inspección
de los Campos de Concentración para prisioneros, nombrándose
como jefe de la misma al coronel Luis de Martín Pinillos:
«(…)
Habida cuenta del gran número de los mismos (prisioneros
de guerra) que se iban acumulando a medida que nuestro Ejército
adelantaba en su carrera victoriosa, y habida cuenta también
de la índole especial de la guerra que mantenemos, diferente
en muchísimos aspectos de una guerra internacional y de
la mayor parte de las guerras civiles que han ensangrentado el
suelo de nuestra Patria y el de otras naciones, pues no se trata
en nuestro caso de dilucidar cruentamente una discordia meramente
política, pero en la que los bandos contendientes, por
lo demás, estén formados por hombres honrados que
profesan sus ideales de buena fe y que al luchar guardan el respeto
debido a la dignidad humana y a las leyes caballerescas de la
guerra, sino que desgraciadamente, en este caso de España,
frente al Ejército Nacional no se alza otro Ejército,
sino una horda de asesinos y forajidos y junto a ellos, y como
menos culpables, unos bellacos engañados por una propaganda
infame y no es eso lo peor, sino que junto a esas dos clases
de elementos, asesinos y bellacos, forman también, aunque
a la fuerza, buen número de hermanos nuestros, de nuestras
ideas y convicciones y que la desgracia los ha llevado a estar
entre los rojos al estallar el glorioso alzamiento nacional y
salvador de nuestra Patria y de la civilización cristiana.
Estas circunstancias complican extraordinariamente el problema
a resolver por la Inspección de prisioneros, pues el régimen
a aplicar a los mismos ha de ser distinto al que habría
que seguir en una guerra regular, internacional o civil. No
obstante y por disposición especial de nuestro magnánimo
Generalísimo, los prisioneros que no hubiesen realizado
crímenes y delitos comunes han de gozar de todas las garantías
del Convenio de Ginebra de 1929.»
La
Inspección de Campos de Concentración tenía
su sede en Burgos y estaba estructurada en cinco secciones: Personal;
Intendencia e Intervención; Sanidad y Farmacia; Trabajos
y Obras, y Justicia. Al frente de las mismas había
un jefe de Ingenieros, otro de Intendencia y otro de Sanidad;
un capitán de Estado Mayor de Infantería y otro
capitán de Farmacia; un teniente Auditor de 2ª y un
capellán. Aunque su misión, organización
y dependencia orgánica no habían sido definidas
en ninguna disposición oficial, “la fuerza incontrastable
de la realidad ha hecho que la Inspección dependa exclusivamente
del Cuartel General del Generalísimo”.
La
caída de Santander en poder del ejército nacionalista
en Agosto del treinta y siete trajo consigo la captura de unos
cincuenta mil prisioneros. Tan elevado número ocasionó
serias dificultades al mando nacionalista, de tal modo que el
coronel jefe de la Inspección de Campos, en la memoria
que envía en Mayo de 1938 al “Generalísimo”
y al general Dávila, considera uno de los mayores logros
de esa Inspección el haber conseguido solucionar el problema
de “alojar” y “alimentar” a aquella masa
enorme de prisioneros en pocas horas. Para ello, se crearon
en Santoña cuatro campos de concentración con un
total de 1.200 prisioneros; varios campos en Laredo para unos
9.000 prisioneros; otros más en Castro Urdiales que albergaban
a 10.000 prisioneros, y cuatro en Santander para un total de 12.000
prisioneros. Hay que suponer que el resto de prisioneros serían
trasladados a otros campos fuera de Cantabria. Para dirigir y
administrar todos estos nuevos campos de concentración,
se creó en Santander una delegación de la Inspección
de Campos, a cuyo frente se puso un teniente coronel y varios
jefes y oficiales. Posteriormente, se crearían otras delegaciones
en Asturias, Galicia, Bilbao, Zaragoza, Baleares, Cáceres
y Andalucía.
Para
llevar a cabo la clasificación de los prisioneros, los
generales de división o al mando de fuerza estaban autorizados
para constituir en las ciudades conquistadas y en el número
que considerasen oportuno las llamadas Comisiones Clasificadoras
de Prisioneros y Presentados. Cada una de estas Comisiones
estaba formada por un jefe del Ejército o de la Armada,
dos oficiales, uno de los cuales tenía que ser del cuerpo
Jurídico, y personal subalterno. Su misión consistía
en “proceder rápidamente, con amplitud y libertad
de procedimiento, a clasificar a los prisioneros y presentados
según su presunta o comprobada conducta o responsabilidad.”
Esta clasificación se hacía en cinco grupos, de
acuerdo con el supuesto mayor o menor grado de responsabilidad
política, militar, etc., del prisionero. Los clasificados
en el grupo “A” eran puestos en libertad o enviados
a la Caja de Recluta si estaban en edad militar. Los de los grupos
“A” dudosos y “B” eran enviados a campos
de concentración en expectativa de ser destinados a Batallones
de Trabajadores si su edad y estado de salud lo permitían.
Los de los grupos “C” y “D” quedaban a
disposición de las correspondientes autoridades judiciales.
Previamente, todas las actas de clasificación tenían
que ser remitidas a la Auditoría de Guerra correspondiente,
que podía aprobarlas u ordenar que se practicasen diligencias
escritas sobre todos aquellos casos en los que discrepara de la
clasificación propuesta por la Comisión.
A
finales de 1937, las cifras oficiales de prisioneros en poder
del ejército nacionalista eran las siguientes:
Grupo A:
58.972
Grupo A (dudosos): 15.753
Grupo B:
13.925
Grupo C:
9.483
Grupo D:
2.282
Pendientes clasificar: 6.407
Total:
106.822
Aunque
en la memoria de la Inspección de Campos de Mayo de 1938
se dice que el número de prisioneros pasaba de 160.000,
es difícil saber si esa respetable cifra era la cantidad
total de presos en la zona nacionalista o, como yo me inclino
a creer, no se incluía a los condenados en consejo de guerra
que cumplían condena en Pamplona, Burgos y Puerto de Santa
María, ni a los presos civiles encerrados en cárceles
dependientes de Instituciones Penitenciarias, en las “chekas”
de Falange, en comisarías y cuarteles de la policía
y Guardia Civil y en los calabozos de los Ayuntamientos. Por
esas mismas fechas, estuvo estudiándose un proyecto para
trasladar a la isla de Annobón, isla de diecisiete kilómetros
cuadrados situada en la Guinea Ecuatorial, a todos los presos
condenados a entre veinte y treinta años de cárcel,
y a los catalogados como inadaptables o peligrosos.
La
mayor parte de los prisioneros hechos en Asturias en 1937
fueron internados en campos de concentración y prisiones
provisionales situadas en la propia Asturias y en las regiones
vecinas. Ahí permanecieron hasta que fueron clasificados,
trasladándoseles después a la ciudades donde actuaban
los tribunales militares o a los batallones de Trabajadores.
He
aquí una relación de cárceles y campos de
concentración cuyo nombre y ubicación he podido
averiguar:
En
Asturias:
Campo
de Concentración de Celorio (Llanes).
Plaza
de Toros de Gijón.
Cárcel
de El Coto (Gijón).
Prisión
provisional de El Cerillero (Gijón).
Prisión
provisional de La Harinera (Gijón).
Cárcel
de Oviedo
Campo
de Concentración de La Cadellada (Oviedo).
Campo
de Concentración de Candás.
Campo
de Concentración de La Vidriera (Avilés)
Campo
de Concentración de Canero
Campo
de Concentración de Ortiguera
Campo
de Concentración de Andes (Navia)
Campo
de Concentración de Figueras (Castropol)
Además,
con una duración más efímera, también
se utilizaron las cárceles de partido judicial, cines,
escuelas y fábricas a lo largo y ancho de la región.
El
campo de concentración de Celorio desapareció en
Febrero del 38, trasladándose la Jefatura
a Avilés.
En
Galicia:
Campo
de Concentración de Ribadeo (Lugo)
Campo
de Concentración de Betanzos (La Coruña)
Campo
de Concentración de Cedeira (La Coruña)
Campo
de Concentración de Muros (La Coruña)
Campo
de Concentración de la Puebla del Caramiñal (La
Coruña)
Campo
de Concentración de Santiago (La Coruña)
Campo
de Concentración de Rianxo (Pontevedra)
Prisión
habilitada en el cuartel de Artillería de Figueirido (Pontevedra)
Campo
de Concentración del Lazareto de la isla de San Simón
(Pontevedra)
Campo
de Concentración de Camposancos (Pontevedra)
Campo
de Concentración del monasterio de Santa María de
Oya (Pontevedra)
Prisión
provisional de Celanova (Orense)
En
León:
Campo
de Concentración del Monasterio de San Marcos
Campo
de Concentración de Santa Ana
Campo
de Concentración de Santocildes (Astorga)
En
Cantabria:
Campo
de Concentración del seminario de Corbán
Prisión
provisional de La Tabacalera (Santander)
Prisión
provisional de Las Oblatas (Santander)
Campo
de Concentración de La Magdalena (Santander)
Penal
de El Dueso (Santoña)
Campo
de Concentración del Instituto Manzanedo (Santoña)
Campo
de Concentración del cuartel de Infantería (Santoña)
Campos
de Concentración (provisionales) de Laredo
Campos
de Concentración (provisionales) de Castro Urdiales
En
Vizcaya:
Prisión
de Larrínaga (Bilbao)
Prisión
provisional de Los Escolapios (Bilbao)
Prisión
provisional de El Carmelo (Bilbao)
Campo
de concentración de la Universidad Comercial de Deusto
Prisión
de mujeres de Amorebieta.
Campo
de Concentración de Orduña.
En
Guipúzcoa:
Prisión
de Mujeres de Saturrarán (Motrico).
Prisión
de Mujeres de Ondarreta.
En
Alava:
Campo
de Concentración del colegio convento de Murguía.
Campo
de Concentración de Nanclares de Oca.
En
Navarra:
Penal
del castillo de San Cristóbal.
Campo
de Concentración del Monasterio de Irache.
Campo
de Concentración de Estella.
En
Logroño:
Campo
de Concentración de la plaza de toros
En
Burgos:
Penal
de Burgos.
Campo
de Concentración de Miranda de Ebro.
Campo
de Concentración del Monasterio San Pedro de Cardeña
Campo
de Concentración de Lerma.
Campo
de Concentración de Aranda de Duero.
En
Valladolid:
Campo
de Concentración del Monasterio de la Santa Espina
Campo
de Concentración de Medina de Rioseco.
En
Zaragoza:
Campo
de Concentración de San Gregorio (en la antigua Academia
General Militar)
Campo
de Concentración de San Juan de Mozarrífar
En
Cáceres:
Campo
de Concentración de Los Arenales
Campo
de Concentración de la plaza de toros de Plasencia.
Cádiz:
Penal
del Puerto de Santa María.
Campo
de Concentración de la almadraba de Rota.
La
Inspección de Campos también creó su propia
red de hospitales para prisioneros. Estos hospitales estaba
situados en el colegio de los Sagrados Corazones, de Santander;
en el balneario de Liérganes, en el antiguo hospital militar
de Santoña y el hospital para infecciosos del lazareto
de Sanidad exterior de Maliaño, los cuatro en Cantabria;
y en Vizcaya, el hospital de la Universidad Comercial de Deusto
y el hospital del colegio de los Agustinos de Guernica. El número
total de camas era 2.285. La cantidad diaria asignada por cada
prisionero hospitalizado era de dos pesetas y quince céntimos,
cantidad que, según la propia Inspección de Campos,
exigía un verdadero esfuerzo para mantener “el excelente
régimen de comidas a que están sometidos los heridos
y enfermos”.
También
se estaban realizando obras para convertir en hospital para tuberculosos
el convento de Legarrea, en Oyarzun, mientras que a los prisioneros
dementes se les internaba en los manicomios de Santa Agueda y
Mondragón.
Seguramente
que debía de haber otros campos de concentración
en Andalucía, donde el número de presos, según
informes de los propios auditores militares, había alcanzado
niveles nunca vistos antes; y en Mallorca, y en las islas Canarias,
desde donde se pidieron barcos mercantes para utilizarlos como
prisiones flotantes ante la imposibilidad de encontrar locales
suficientes para tantos presos; y en Melilla y en Ceuta… Se
conoce la existencia de más campos de concentración
en Soria, en Talavera de la Reina y Córdoba.
La
falta de precisión en todo lo referido a prisioneros y
campos de concentración se debe a que buena parte de la
documentación existente en los archivos militares permanece
clasificada y no se permite que los investigadores la consulten,
y ello a pesar de que haya pasado ya con creces el plazo de cincuenta
años que marca la ley.
Lazareto
de la isla de San Simón, en la ría de Vigo, convertido
en campo de concentración.
Campo
de concentración de Rianxo (Pontevedra)
Presos
extranjeros en poder del ejército franquista el 31-9-38
por nacionalidades:
Estados
Unidos: 69
Francia: 55
Portugal:
54
Argentina:
41
Cuba: 41
Inglaterra:
39
Polonia: 30
Holanda:
21
Canadá
17
Yugoslavia:
14
Suecia: 14
Checoslovaquia:
13
Islandia:
12
Escocia: 12
Suiza: 11
Dinamarca:
8
Hungría:
7
Noruega:
5
Bélgica:
5
Grecia: 4
Chile:
4
Estonia:
3
Bulgaria:
3
Rusia: 2
Rumanía:
2
Méjico:
2
Perú:
2
Filipinas:
2
Turquía:
2
China:
1
Uruguay:
1
Puerto Rico:
1
Finlandia:
1
Letonia:
1
Sin
determinar:
88
TOTAL:
587
Algunos
campos de concentración tuvieron una vida corta y se iban
cerrando a medida que los prisioneros que albergaban eran sometidos
a consejos de guerra o destinados a Batallones de Trabajadores.
Al mismo tiempo, se abrían otros nuevos en los territorios
que iban cayendo en poder del ejército nacionalista, de
manera especial con la conquista de Cataluña y, finalmente,
con la rendición del ejército republicano.
El
campo de concentración de San Juan de Mozarrífar,
en Zaragoza, se convirtió en centro distribuidor de
todos los prisioneros procedentes de los campos de concentración
instalados en Cataluña. Otro campo de concentración
famoso, el de Miranda de Ebro, tal vez el de mayores dimensiones
y mayor número de presos, estaba situado aprovechando las
instalaciones de una antigua fábrica de azúcar,
a la orilla del Ebro. Posteriormente fue ampliado con terrenos
pertenecientes a la S.A. de Sulfatos Españoles. Este
campo de concentración de Miranda debió de ser el
que más tiempo permaneció en funcionamiento. Albergó
primero a prisioneros de los frentes vascos, pasando, más
tarde, a funcionar también como centro distribuidor de
los prisioneros de la zona Norte destinados a Batallones de Trabajadores.
Durante la II Guerra Mundial, los extranjeros pertenecientes a
los países beligerantes, o que estuvieran indocumentados
o resultaran sospechosos, eran internados en este campo de concentración.
En 1943 había allí 3.500 prisioneros extranjeros,
a pesar de que su capacidad había quedado oficialmente
establecida en 2.600. La propia dirección del campo se
quejaba, además, de que todos los días les enviaban
un número creciente de prisioneros que no tenían
donde meter.
Uno
de los mayores problemas de los campos de concentración
en general, y del de Miranda de Ebro en particular, era el suministro
de agua potable a los prisioneros. En ese año de 1943,
según informes de las propias autoridades franquistas,
el campo de Miranda de Ebro contaba con una sola fuente de un
solo grifo para que los prisioneros pudieran coger agua para beber.
Los
prisioneros extranjeros se agrupaban por nacionalidades y tenían
un jefe de grupo que era el encargado de enlazar con el oficial
español. El trato que se les daba era el de soldados, formaban
para izar y arriar la bandera, y permanecían el resto del
día sin ninguna otra obligación. Las deplorables
condiciones de vida del campo de Miranda hicieron que en ese año
de 1943 los prisioneros organizaran diversas protestas y hasta
una huelga de hambre. Los representantes consulares solicitaron
a las autoridades españolas permiso para poder visitar
el campo y conocer así la situación real de sus
compatriotas, pero todos esos permisos fueron sistemáticamente
rechazados hasta que, un año después, con la realización
de ciertas mejoras en las instalaciones del campo de concentración
y una drástica disminución del número de
prisioneros, la situación mejoró ostensiblemente.
Se autorizaron entonces las visitas de los representantes diplomáticos,
los cuales, además, se encargaban de entregar a los prisioneros
de sus países respectivos alimentos, ropa y dinero.
A
principios de 1944, ante la evolución de la guerra en Europa
y en previsión de una gran avalancha de refugiados y evadidos,
el Estado Mayor franquista propuso que en las regiones militares
IV y V, Aragón y Cataluña, se buscasen emplazamientos
para nuevos campos de concentración. Se sabe de la
existencia de los de Jaca, Sabiñánigo y Boltaña;
los de Cervera, en Lérida, y Figueras en Gerona; los de
Vendrell y Sitges, Caldas de Malavella, Llano de Balaguer, Jaraba
y Alhama de Aragón. En Jaraba, Zaragoza, estuvieron internados
los oficiales pertenecientes a los ejércitos de los países
beligerantes. Entre los nuevos emplazamientos en los que se planeaba
construir campos de concentración, figuraba también
una antigua fábrica de papel situada a 3 kms. del pueblo
de La Riba, en la comarca de Valls-Montblanch; y otro en la zona
de La Almunia, próximo al pueblo de Calatorao.
Los
prisioneros hechos por las fuerzas franquistas al rendirse Asturias
en Octubre de 1937
Al
cesar la resistencia republicana en Asturias, el número
de prisioneros capturados por los nacionalistas fue muy elevado.
Los que fueron capturados por la Armada nacionalista en la mar,
a bordo de los mercantes y pesqueros en los que trataban de alcanzar
la costa atlántica francesa, se les condujo convoyados
hasta Ribadeo. Allí, a unos se les desembarcó
para internarlos en los campos de concentración de Figueras
y Ribadeo; otros, la mayoría, fueron trasladados
por mar a la base naval de Ferrol y al campo de concentración
de Camposancos. Días después, los que estaban
en Ferrol, en los mismos barcos en que se encontraban detenidos,
fueron trasladados a La Coruña, donde, una vez clasificados,
se les distribuyó por los campos de concentración
de Cedeira, Rianxo y Muros de San Pedro.
Según
las instrucciones dadas por el coronel jefe de la Inspección
de Campos, los prisioneros internados en ellos estaban militarizados
y sujetos al Código de Justicia Militar y a los convenios
de Ginebra. Al mismo tiempo, se redactó un reglamento
de régimen interior, en el que venían detallados
todos los aspectos de la vida en un campo de concentración.
Los prisioneros tenían que formar por la mañana,
para izar la bandera, y al anochecer, para arriarla, además
de otras llamadas a formación a lo largo del día.
Estaban también obligados a saludar brazo en alto, cantar
los himnos y dar los tres “vivas” de rigor. De la
labor religiosa entre los prisioneros se encargaba el clero castrense,
contando con sacerdotes todos los campos de concentración
y batallones de Trabajadores. Así mismo, la asistencia
a misa los domingos era obligatoria, concurriendo a ella los prisioneros
en formación.
Los
prisioneros capturados en Asturias que no habían intentado
huir por mar fueron internados en campos de concentración
provisionales como los instalados en Llanes, Celorio, en la Plaza
de Toros, en “La Harinera” y en el Cerillero, en Gijón;
en Candás, en “La Vidriera” de Avilés;
en “La Cadellada”, en Oviedo; en Luarca, en Ortiguera,
en Andes (Navia) y en Figueras. Todos estos campos, con un
total de unos treinta mil prisioneros, quedaron adscritos a la
recién creada delegación de Asturias de la Inspección
de Campos de Concentración. Además, en cada capital
de concejo de la parte de Asturias que había permanecido
en manos republicanas, se ordenó la presentación
de los mozos de las quintas que habían sido movilizadas
y, una vez concentrados, se les trasladó a depósitos
provisionales, como los que hubo en Infiesto, Pola de Siero, Grado
y otras partes. A su vez, la Falange, la Guardia Civil, la Guardia
de Asalto y la policía procedieron a detener y encarcelar
en sus respectivas dependencias a todo aquel que consideraban
sospechoso.
En
un telegrama del coronel jefe de la Inspección de Campos
de Concentración dirigido al Cuartel General del Generalísimo,
fechado el veintiocho de Febrero de 1938, se comunica que ya habían
sido trasladados fuera de Asturias todos los prisioneros de los
campos de concentración y evacuados a hospitales de prisioneros
los más de 700 heridos hospitalizados en la zona republicana
de Asturias. A los 387 heridos que estaban ingresados en los hospitales
de Gijón se les trasladó a Bilbao.