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El Western.
Mito y Rito para un Pueblo sin Historia.

Por Juan Antonio de Blas.

Capítulo V

California

 


Era California solamente uno de los confines perdidos del imperio español hasta que, en 1769, una expedición geográfico-militar la organizó como colonia estable y productiva dependiente del Virrey de Nueva España y con gobernador territorial con mando civil y castrense. La expedición estuvo a cargo del capitán Gaspar de Portolá con una columna de lanceros. No tuvieron que luchar para afianzar los derechos españoles sobre el inmenso territorio, que abarcaba desde la península de California hasta los bosques de Oregon. Más que de los militares, la efectividad de la posesión fue obra de la Orden Franciscana que envió un grupo de misioneros, encabezados por Fray Junípero Serra, que levantaron misiones a lo largo de toda California, de sur a norte, comenzando en San Diego en 1779 y finalizando en 1824 con la edificación de la misión de San Francisco Solano. Junto a las misiones franciscanas se abrieron ranchos y se levantaron poblados, y en un plazo menor de treinta años, la deshabitada California pasó de ser un lugar en los mapas a una realidad humana y, sobre todo, se convirtió en un magnífico negocio para los que podían llegar hasta sus lejanas tierras a comerciar.


Gaspar de Portolá (Os de Balaguer, Lérida, 1716; Lérida, 1786)
fue militar y político; fundó San Diego y Monterrey, y fue
gobernador de Las Californias (1767/1770).
Por orden de Carlos III expulsó a los jesuitas de las misiones
y se las entregó a franciscanos y dominicos.
Ascendido a teniente coronel y coronel de dragones,
desempeñó durante ocho años el cargo de gobernador de Puebla.
Regresó a la Península en 1785 y falleció al año siguiente.


Fray Junípero Serra Ferrer (Petra, Mallorca,1713; Monterrey, 1784)
fraile franciscano, doctor en Filosofía y Teología, impulsor de las
misiones que darían origen a las actuales ciudades de San Diego,
Los Angeles, San Francisco, Sacramento.

En realidad, la Corona Española se había acordado de California porque el territorio despertaba las apetencias de los ingleses establecidos en Oregon y de los rusos, procedentes de Alaska. Los rusos, embarcados en el negocio de las pieles siberianas, pensaron en extender su zona de influencia hasta territorio americano y, después de explorar y conquistar Alaska, emprendieron una marcha hacia el sur que les llevó a toparse con los españoles. En California, se dio la única guerra entre rusos y españoles (hasta la Segunda Guerra Mundial con el envío al frente soviético de la División Azul) de la Historia, que se saldó con la victoria de los españoles e, inexplicablemente, con una cordial relación con los asentamientos rusos, a los que se permitió continuar cazando en el extremo norte californiano.


Vista de Fortress Ross en la actualidad.
Fue el asentamiento ruso más meridional en la costa
californiana (1812/1842) y muy importante en el
comercio de pieles de la Cía. Ruso-Americana.

"
Escudo de la potente monopolística empresa peletera
inglesa Hudson's Bay Company, fundada en 1670.

La secularización de las misiones franciscanas fue un terremoto en la pacífica vida californiana en la que los misioneros de Fray Junípero habían organizado algo bastante parecido a una Arcadia tópica. Comenzó una época de luchas locales por el poder político que se agravaron definitivamente cuando el gobierno mexicano, en 1832, se apoyó en los rancheros californianos que habían empezado a comerciar con agentes USA. Los seis mil hispanos de California no advirtieron que los comerciantes eran la punta de lanza de una riada de emigrantes que empezaron a aparecer en las tierras californianas y que fueron bien recibidos por los aislados gobernantes californianos, para los que México estaba mucho más lejos que los mercados USA y sus consignatarios navales.

De esa primera oleada de emigrantes extraños a la cultura hispana destaca la figura del suizo Juan Augusto Sutter, un aventurero de impreciso pasado que se sirvió de amistades europeas de importancia para convertirse en uno de los principales rancheros de California. Su saga, relacionada para siempre con la fiebre del oro, comenzó con su llegada a Monterrey en I839. Allí se convirtió en una figura local gracias a su intimidad con el gobernador Vallejo, al que sedujo con las falsas historias de un brillante pasado de hechos militares en el ejército de Napoleón. Al año siguiente, y gracias sus indudables dotes para los negocios, Sutter era uno de los hombres influyentes de la región.


John Augustus Sutter (Kandern, Baden, Alemania, 1803; Washington D.C 1880)
se crió y estudió en Suiza. Capitán de artillería del ejército suizo,
se casó y tuvo cinco hijos. Huyó de Suiza, de las deudas
contraídas y de su familia, que abandonó. Llegó a Nueva
York en 1834 con pasaporte francés y no dudó en hacerse
ciudadano mejicano para obtener los permisos de
colonización en California.

En California crecía la población, se ampliaban los negocios con los rusos, que se iban, y con los ingleses, que llegaban, y se aceptaban nuevos colonos para la tierra que es mucha y con pocos habitantes blancos. Era una forma de vida "idílica", en la que la tormenta estaba más allá del horizonte, sin que nunca pasase nada. Incluso el preludio a la tempestad, en el verano de I842, terminó con un aire de comedia. Las maniobras del agente secreto USA Thomas Larkin, establecido como comerciante en California, tenían como principal misión asentar a los colonos procedentes de USA en los lugares más beneficiosos comercialmente que, al mismo tiempo, eran también lugares que después resultarían estratégicos. Larkin no se convirtió en agente secreto sobre el terreno, sino que fue enviado desde Washington para preparar la anexión. Cuando la escuadra del Pacífico apareció en las costas californianas y el comodoro Jones hizo desembarcar a los 'marines" para ocuparla, Larkin tuvo que quitarse la careta y convertirse en el representante oficial de los militares invasores, que ni siquiera se habían tomado la molestia de aprender español. La esperada guerra del comodoro Jones no estalló y los representantes USA se vieron comprometidos en una situación sin salida. Durante tres meses, siguieron adelante con la ocupación militar de Monterrey. Larkin comenzó una serie de agitados viajes entre Monterrey y Yerba Buena, futuro enclave del actual San Francisco, hasta conseguir que Micheltorena, el gobernador de California, aceptase la marcha de los barcos USA sin presentar demasiadas exigencias. La coincidencia de la operación de desembarco con la aparición del capitán Fremont en la zona interior californiana no fue tenida en cuenta por el gobierno de la capital mexicana y en California no sucedió absolutamente nada, hasta Larkin pudo seguir con sus actividades aunque ya esta vez nombrado, oficialmente, representante diplomático USA. Poco después y siguiendo la tradicional costumbre de cesar a quien no es el causante verdadero de los problemas, los californianos destituyeron al gobernador Micheltorena, que era un duro, y quizá por eso no gustaba, para sustituirlo por el tranquilo Pío Pico, que sería la última autoridad hispana en la historia USA (hasta la llegada de los cubanos a Miami después de la revolución de Fidel Castro).


Manuel Micheltorena (Oaxaca, México, 1802; México DC, 1853)
fue cadete de Infantería y alcanzó el generalato; fue nombrado
por el presidente Santa Ana gobernador, comandante general
e inspector de Las Californias. Antes, había guerreado contra
los comanches en el estado de Chihuahua, y en 1850 fue
destinado al Yucatán, que se encontraba en estado de guerra.


Thomas Oliver Larkin (Charlestown, Mass., 1802; Colusa, Calif., 1858).
Viajó en 1831 a California para ayudar a un hermanastro,
negociante en Moterrey. Se casó, puso sus propios negocios
y comerció con Méjico, China y las islas del Pacífico.
Fue el primer, y último, cónsul norteamericano en la Alta California.

Washington, ante el fracaso de su agente sobre el terreno y la operación anfibia del comodoro Jones decidió recurrir, una vez más, al intento de adquisición por compra. El presidente Polk envió a su amigo Slidell a intentar comprar California al siempre casi arruinado gobierno central mexicano. La oferta de Slidell llegaba hasta los cuarenta millones de dólares, una cifra astronómica, pero los gobernantes mexicanos no se atrevieron a aceptar la oferta por miedo al posible escándalo, ya que, en realidad, California estaba demasiado lejos y apenas revertía ingresos, dada su tendencia a comerciar por su cuenta y escaquear impuestos. Al fracasar la misión Slidell, Washington volvió a hacer actuar a los agentes especiales "no podían" renunciar a la adquisición del territorio. Larkin, apoyado por el eficaz grupo que capitaneaba Fremont, y que recorría regularmente California en sus autorizadas misiones de exploración, fue organizando núcleos de emigrantes "anglos" capaces de pasar a la lucha armada y provocar una rebelión contra las autoridades californianas. Dado el fracaso de la intervención de Jones, se eludió la acción militar directa y, así, los grupos de "rebeldes" renunciaron a emplear la bandera de las barras y estrellas y se inventaron una bandera californiana blanca con un oso dibujado en su centro. La rebelión de los californianos de "la bandera del oso" será otro espectáculo de corte cómico al estilo del ya protagonizado por Larkin y el comodoro Jones, pero se convirtió en un asunto serio cuando comenzó la guerra oficial entre USA y México a principios de 1846.

Los grupos de Kit Carson y Fremont organizaron columnas armadas que no empezaron a moverse en serio hasta que, en julio de 1846, volvió a aparecer la flota USA del Pacífico y esta vez desembarcó, para quedarse, de nuevo en Monterrey, el puerto al que parecen haber tomado afición desde la anterior aventura del comodoro Jones, seis años antes. La actuación de los soldados fue decisiva para que, con su apoyo, Fremont consiga apoderarse de California.

Pero si la conquista no dio demasiados problemas, sí los creó la ocupación. Los californianos, metidos en una de sus constantes disputas entre el gobernador Pico y el ex-gobernador Castro, aunaron esfuerzos en cuanto confirmaron los propósitos anexionistas de Fremont. Se produjo una rebelión hispana y los californianos derrotaron y obligaron a huir a los flamantes conquistadores norteamericanos. La ocupación de California peligraba y Kit Carson tuvo que salir al galope en busca de refuerzos hacia Nuevo México, donde había un ejército USA que marchaba hacia el sur. El general Kearney, ante la gravedad de la situación, aplazó la marcha hacia Río Grande y se dirigió con sus tropas hacia California para ayudar a Fremont. Su llegada coincidió con la reaparición de la flota USA, lo que decidió el conflicto. Pero a pesar de la segura derrota por falta de medios, los californianos no evitaron los encuentros y, en la batalla de San Pascual, los lanceros se llevaron por delante, al arma blanca pues no tenían fusiles, a los bien pertrechados dragones USA, a los que causaron medio centenar de bajas, hiriendo incluso al general Kearney. El general aprendió bien lo que podían dar de sí esos lanceros californianos y, al poco tiempo, su artillería los batía en San Gabriel, sin darles tiempo a llegar al cuerpo a cuerpo. La batalla señala el final de la rebelión californiana y el final de la guerra en el Pacífico.


Carga de los lanceros californios contra las fuerzas USA
en Diciembre de 1846 en el valle de San Pascual, próximo
a San Diego, al mando del capitán Leonardo Cota.

El posterior paisaje después de la batalla se complicó para todos. Fremont, al que apoya la flota y su jefe, el comodoro Sloat, como virtual conquistador del territorio, actuó como gobernador efectivo, pero el general Kearney no era de los que aceptaba humos en oficiales de rango inferior al suyo y comenzaron una serie de peleas entre los vencedores que se saldarán con la destitución de Fremont. Encima, el general Kearny se lo llevó con él y, ya fuera del territorio californiano, lo hizo comparecer ante un consejo de guerra por insubordinación. El veredicto fue contrario a Fremont, que al ver que sus jefes de Washington no acuden en su ayuda, se asquea y acaba por pedir la baja en el ejercito. John Charles Fremont, conquistador de California, desapareció del escenario de la Historia, pero volverá a reaparecer durante la guerra de Secesión como personaje secundario. En esa posterior reaparición, también volverá Kit Carson como general del ejercito nordista en la limitada campaña de Nuevo México contra los indios.


John Drake Sloat (Sloatsburg, Nueva York, 1781; New Brighton, N. York, 1867)
quedó huérfano y se enroló en la marina muy joven. Recibió
el mando de la escuadrilla del Pacífico en 1844, dirigió los
desembarcos y proclamó la anexión de California.
Miembro de la masonería, alcanzó el almirantazgo.

Con la partida del comodoro Sloat y la del general Kearney, California volvió a su habitual tranquilidad, con la única salvedad del cambio de la administración nominal mexicana por una efectiva organización USA. Pero la tranquilidad se transformó en caos con el descubrimiento de pepitas de oro en la hacienda de Sutter, lo que provocó una emigración inmediata y espontánea como pocas veces se ha visto en la Historia. La posibilidad de que California fuese El Dorado que tanto buscaron los conquistadores españoles, hizo que los improvisados buscadores de oro llegasen por millares, en una auténtica avalancha. Como dato, baste citar que hubo barcos que quedaron abandonados en el puerto porque toda la tripulación, incluidos capitán y oficiales, desertaron para buscar oro en las tierras del interior.

En 1848, Yerba Buena, que empezaba a ser llamada San Francisco, contaba con una población de doscientos cincuenta habitantes y, al año siguiente, pasaron por ella más de cien mil emigrantes en busca de tierras y ríos auríferos. A mediados de la década de 1850, San Francisco se había convertido ya en una gran ciudad con una población estable de ochenta mil habitantes, lo que la convirtió en la capital más importante, y lejana, del Oeste. También en la más famosa, ya que sobre California recalaron tramposos de todas clases que convirtieron la zona en un lugar peligroso. La "Barbary Coast" de San Francisco se convirtió en sinónimo de la jungla humana en la que todas las barbaridades eran posibles, y su mala fama se extendió por todo el mundo.


Buscadores de oro, por Frederic Remington.

California se convirtió en el principal productor de oro de Estados Unidos y bajo un gobernador militar, lo que permitió el máximo control estatal del metal extraído y afirmó el respaldo en oro de la moneda de Estados Unidos. Hasta que California se convirtió en un estado de la Unión en 1850, con todas las ventajas federales, ese oro fue uno de los mejores negocios gubernamentales que, además, se tradujo en la ampliación de influencias y mercados. La fiebre del oro creó toda una serie de transportes por tierra y mar que incluso llegaron a usar rutas en Centroamérica y que, a la larga, influirían en la creación de un canal interoceánico y la independencia, tutelada, de la provincia colombiana de Panamá. El largo, y peligroso, viaje terrestre desde el Este a California fue sustituido por viajes navales que llegaban a puertos centroamericanos. A continuación, los pasajeros recorrían el istmo y llegaban a la costa del Pacífico, para volver a embarcarse allí rumbo a California. El trayecto desde Nueva York a la californiana "Golden Gate" era un fabuloso negocio que manejaba, casi con exclusividad, el millonario Vanderbilt. Uno de sus agentes fue William Walker, un aventurero sudista y esclavista, que llegó convertirse en presidente de Nicaragua (el único caso de un presidente gringo en Hispanoamérica) y fue un señor de la guerra en la zona central hasta que riñó con Vanderbilt y fue abandonado por los representantes gubernamentales USA. Walker, después de aventuras sangrientas e hilarantes, fue fusilado por el ejército hondureño. La muerte del aventurero señalaría el final de los grandes agentes secretos como Sam Houston, Larkin y Fremont, que fueron capaces de apoderarse de territorios mucho mayores que naciones europeas.


Cornelius Vanderbilt y William Walker

En menos de dos años, de I848 a 1850, la fiebre del oro cambió totalmente a la rural sociedad californiana que se convirtió en una de las más dinámicas de USA y cuya expansión, social y económica, la ha llevado a ser el adalid del sistema de vida americano y ha hecho gravitar el peso de la economía hacia la cuenca del Pacífico en detrimento de la primitiva sociedad colonial del Este. En la actualidad, tanto en lo nacional como en internacional, las grandes decisiones de la sociedad estadounidense tienen que contar con la aquiescencia de los representantes de California.

Cuando la oleada del oro californiano entró en declive, nuevos campos auríferos aparecieron para tomar su relevo, siendo, en primer lugar, Nevada, por lo que se mantuvo abierto el camino fluido de la emigración tras el espejismo de la riqueza fácil. La fiebre del oro de Nevada se mantuvo durante diez años y convirtió a Virginia City en uno de los puntos de gran importancia económica para el gobierno federal, hasta el extremo de que las pocas operaciones militares de los sudistas durante la guerra de Secesión tenían como objetivo el apoderarse de los filones de plata y oro de Virginia City para poder comerciar con un respaldo de moneda-oro.

El mito del oro, de la riqueza mineral, de la abundancia de los metales nobles, fue poblando los sueños de los emigrantes y los paisajes USA, ya que cuando un filón se agotaba y se abandonaban los esquilmados campos mineros, surgían nuevos territorios de promisión. Así, al desaparecer el auge de Nevada, comenzó la búsqueda en Colorado y, más tarde, en Arizona. Fue una larga marcha minera que invirtió el camino de los emigrantes a California y que abarca los años que van desde 1850 al 1900, en una serie de descubrimientos y explotaciones que pasan por California, Nevada, Colorado, Arizona y llegan a alcanzar el remoto Norte, en la zona del Yukon. Aunque la frontera alejadísima del Norte tampoco será la última, ya que al oro lo sustituirá el "oro negro", y comenzará el éxodo de los buscadores de petróleo que se desparraman por Oklahoma y Texas, y que después se extenderá a los rincones mas alejados del mundo como Arabia o Argentina.

Las grandes fortunas mineras fueron casos aislados, casi siempre dilapidadas, publicitadas por la prensa del Este, que hizo creer que los territorios del Oeste estaban llenos de riquezas, creando así una necesidad de emigrar para los recién llegados y para los no adaptados. La facilidad de enriquecimiento prometida desapareció, pero los emigrantes ya instalados tuvieron que quedarse para hacer frente a deudas y compromisos, lo que estaba de acuerdo con la política interior del gobierno USA de rellenar el vacío territorial. No hay estudios sobre la complicidad de la prensa en el proceso de emigración interior, pero no hay duda de que el gobierno contó con una colaboración extraordinaria por parte de los informativos para que se cumpliesen sus planes.

El procesen siempre fue el mismo. Después de los gambusinos y la desaparición del fantasma del oro, llegaron los colonos, los ranchos y los mercados de ganado que necesitaban mercaderes y comerciantes. Y cuando la población empezó a aglutinarse en núcleos en expansión con productos beneficiosos que ofrecer, aparecía el ferrocarril. Y con el caballo de hierro llegaba la civilización y los más aventureros reemprendían la marcha en busca de espacios abiertos en los que no se encontrase uno con tanta gente.

Los colonos empujaron a los tramperos, los cazadores exterminaron a los bisontes, la desaparición de los bisontes fue la principal causa de la desaparición de los indios, los granjeros desterraron a los cowboys y los ferrocarriles se convirtieron en los mejores negocios imaginables. Para vigilar las vías de hierro aparecieron los soldados, que metieron en cintura a mineros, sindicalistas y rancheros, y de paso, aniquilaron a los indios, que eran "especie" en extinción frente al avance tecnológico blanco.

California, su conquista y posterior desarrollo, es la mejor muestra del entramado de intereses en los que se movió la sociedad USA y muestra el camino geopolítico de una nación que, nacida en Nueva Inglaterra, ha visto desplazarse sus centros de interés hacia la cuenca del Pacífico. El western, como camino hacia el Oeste, tiene en California su punto álgido y abierto hacia las tierras de más allá del Pacífico, sobre las que la economía USA piensa volcarse dando la espalda a Europa.

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